sábado, 24 de julio de 2010

El santuario violáceo

Hoy no cruzan con soltura y desparpajo los recién nacidos rayos del queso astral por ranura alguna de mi balcón. Sin embargo, por la cara interna de sus persianas, sobrevive agonizante una fría llama. KT Tunstall se hace oír levemente por debajo de mi tarareo desentonado y arrollado.

El aliento mañanero de mi boca desplomada se funde pastosamente con el fuerte aroma a lima y limón que queda en los resquicios de un incienso pasado de fecha. Floto y me elevo sobre un humo delicioso, fruto de todo lo aquello mencionado, que se me antoja violeta.

Inspiro ese color hasta dejarlo en un desteñido e insípido lila. Todo, en este pequeño y sagrado mundo recluido en mi diminuta retina, vibra y se expande chocando contra sus paredes desiguales. Soy una criatura en mi limbo de color.

Ahora, es cuando me toca fundirme con mi alrededor y formar parte de este santuario violáceo que conforme aumenta la temperatura exterior cada vez se observa más pesado y espeso. Me despido de mi consciencia con una sonrisa boba y lánguida de labios púrpura. De entre ellos e impulsado por mi amoratada lengua surge la breve ventisca que mata a la llama suicida.

Tinieblas violeta. Territorio incomprensible y cargante. Perfecto e infranqueable. Las voces callan por orden de mi pulso ralentizado. Las pestañas superiores e inferiores se besan timidamente hasta acabar en tal unión en la que no se las distinguen. Mi espalda se contrae excitada y relajada al mismo tiempo.

Este sitio es sólo mío.