martes, 30 de marzo de 2010

Concierto

El frío de una oscura tarde al inicio de la primavera descendía por las paredes exteriores de la edificios llenándolo todo de una gruesa capa de niebla espesa. Dos diminutas figuras corrían apresuradas cuesta abajo. Dos chicas. El cabello de una de ellas, oscuro como el azabache, se revolvía rebelde alrededor de su bonito rostro de ojos color miel y tez ligeramente bronceada. Sobre su labio superior se posaba delicadamente una característica peca que acentuaba su personalidad. Su voz metía prisa a la otra muchacha de pelo castaño ligeramente rizado, de hermosa sonrisa marfileña, a la que sus largas piernas parecían no querer acelerar ese día.

Frenaron su carrera en el paso de cebra con el semáforo en rojo. No habían conseguido recuperar el aliento cuando una voz próxima las llamó por sus nombres. Un chaval se acercó a ellas. Era alto y delgado. Pálido como un espectro, de pelos negros y abundantes pecas alrededor de su larga nariz. Las chicas lo reconocieron, se rieron:

-Al final no vamos a ser las únicas que llegamos tarde, ¿eh?

-Bueno... eso parece...- respondió él con media sonrisa.

Cruzaron las calles a paso ligero sorteando a los transeuntes con los que se cruzaban. Finalmente, guiados por el sonido de abundantes voces que clamaban, llegaron a una gran plaza atestada de gente. A la entrada fueron recibidos por una linda señorita de dulce rostro y grandes ojos felinos que parecían brillar en la noche. Sus blancas manos terminaban en afiladas uñas pintadas con los colores del arco iris. Torció el gesto fastidiada. Suspiró.

-Venga vamos, los demás están cerca del escenario.

El concierto al aire libre era un nido de fans que gritaban desesperados por que aparecieran sus ídolos. Flotaba en el aire el intenso olor del tabaco barato y de los mecheros gastados. Se colocaron a los pies del enorme escenario que les llegaba a la altura del cuello. Como habían previsto se hallaban a su lado dos parejas que los saludaron. Uno de los chicos de cabello muy rizado y mirada simpática sostenía en su mano un pitillo a medio acabar. El otro brazo rodeaba las pronunciadas caderas de una muchacha de sonrisa pícara y nariz respingona. La otra pareja la formaban un jóven de ojos de un verde intenso que derretían sin tregua a la diminuta chica que estaba a su lado de bucles morenos.

De pronto los aullidos desgarrados aumentaron hasta hacerse ensordecedores. El espectáculo iba a comenzar. Todos se sonrieron. Los guitarristas y el bateria ya estaban listos. La multitud enloqueció al aparecer de entre estos una chica de baja estatura que saludó al público efusivamente, agarrándo el micrófono con fuerza. Su cabello dorado brillaba contrastándo con las luces que la iluminaban. No había vergüenza ni nerviosismo en su mirada, simplemente emoción contenida y deseosa de iniciar aquello. La muchacha habló:

-¡Bueeeeno gente! ¿¡Estais preparados!?

La gente respondió con un ultrasonido difícil de comprender. Antes de empezar dedicó una mirada al grupo de amigos que se hallaban a sus pies. Sonrió motivada y de su boca salieron las primeras notas chispeantes. El bajo tocó prediciéndo el aplastante éxito que iba a acontecer aquella noche llena de música.

jueves, 25 de marzo de 2010

Mal carácter

No sé que es lo que estoy haciendo aquí. Me hallo entre cuatro paredes blancas como la cal, embutida en una extraña camisa con los brazos a la espalda y un molesto reloj repasando cada segundo con una lentitud que me irrita. No hay ventanas, la única puerta de metal está cerrada y solo hay una cama y un orinal como decorado. Desconozco cuánto tiempo llevo recluida aquí. No recuerdo quién me ha traido. Cuando intento hacer memoria esta se queda bloqueada y me provoca una intensa e infernal jaqueca que me revienta las sienes. Tan solo consigo acordarme de varios fragmentos de un instante determinado. Vuelvo a sumergirme en la espiral de las lagunas internas.

Recuerdo un sofá. Sí, sí, un sofá marrón de espaldas y en él está sentado alguien. Alguien conocido, sin duda. Lo rodeo y me topo con el severo rostro de mi progenitor. Me está hablando pero noto como si mis oídos estuvieran llenos de agua y solo capto palabras sueltas como "cortes", "estrés", "esquizo...", "no voy a permitir que..." y poco más. No sé que es lo que digo a continuación pero sostengo algo en mi mano, agarrándolo fuertemente. El tono de voz de mi padre comienza a subir de volumen y siento como si en mi cabeza se encendiera algo. Un tic. Entonces todo se tiñe de color rojo (ROJO) y ahí es cuando se corta el recuerdo y mi mente se cierra.

Echo de menos a mi padre. Me gustaría pedirle perdón por mi mal carácter. Prometerle que seré buena, que no me volveré a portal mal...

Algo, un sonido seco resuena sin cesar en mi oído, muy cerca. El reloj. Me pone nerviosa. ¿Por qué no se para? Tengo ganas de destrozarlo y una furia motivada crece en mis manos atadas. No, no puedo. Ese reloj no es mío, debe ser de otra persona. No estaría bien romper algo que no es tuyo.


Aun así quiero hacerlo. Deseo que se calle para siempre. (Risa nerviosa)

Un impulso incontrolable me levanta de la cama y me lleva hacia su sonar. Le doy una fuerte patada y lo tiro contra el suelo. Mis pies delcalzos lo pisotean divertidos. El contenido sale disparado en todas direcciones. Me hiero con algún que otra pieza y un hilillo de sangre sale de entre los dedos pero no me importa. (ROJO ROJO ROJO) Silencio.

(Suspiro ronco)


Necesito relajarme. Quiero salir. Este sitio huele a anestesia y parece que las paredes quisieran aplastarme. Me hace sentir rara, como si estuviera aquí por algún motivo horrible. Culpable como una niña que ha jugado demasiado con fuego y ha acabado quemándose. ¿Por qué?
"Tienes que controlarte. Tienes que controlarte o papá se enfadará..."


¿Cuándo vendrán a por mí? Ya tardan mucho...

domingo, 21 de marzo de 2010

La chispa milagrosa

La danza del caprichoso viento se colaba por la ventanilla y azotaba mis cabellos llevándolos de un lado a otro. El destartalado automóvil sin techo para burlar al sol, sobrevolaba un camino mal asfaltado en el que las barreras de seguridad eran el único adorno del paisaje. De vez en cuando venía alguna que otra curva pero no lo suficientemente extrema como para salirme de la carretera. Un monótono día como otro cualquiera.

Mi humor se encontraba bajo tierra, en la acostumbrada fosa de la rutina. Sólo el ruido de un viejo motor me provocaba un ligero bienestar. Era difícil ignorar el intenso olor a gasolina y humo. En el fondo de mi conciencia soñaba con que algo se torciera, que ese tanque de combustible se calentara. Que algo, aunque fuera insignificante, perturbara su mecanismo.

A lo lejos la divisé. La curva que tanta veces había pasado y que siempre me había dado la sensación de que si seguía en línea recta me vería besando el quitamiedos antes de que me decapitara.
Algo detrás del vehículo crujió. Miré hacia atrás y divisé la larga línea de combustible que se escapaba por algún orificio de la máquina móvil. "Joder"-pensé-"Esta mierda de coche no es ni de cuarta mano".

Encendí un cigarro y le dí un par de caladas reconfortantes con el objetivo de contener la rabia que llevaba acumulada. Pensaba que el mundo estaba podrido, que no había nada de verdadera y digna admiración.
Bueno, no. No pensaba eso. Sí que había algo que realmente me deleitaba.
El fuego. Ese ser ardiente, casi imparable y que por donde pasaba no dejaba nada. Una materia incandescente que volvía negro todo lo que tocaba con sus caricias llameantes. No había cosa que más me fascinara.

A veces soñaba con poseer una cerilla. Sólo una. Con un movimiento seco sería suficiente. Me bastaría para terminar con todo. Contemplar un edificio, un campo, o lo que fuera, siendo devorado por un incendio devastador. Sería un show horrendo, sí, pero ilimitablemente magnífico.

Entonces algo surgió de mi interior. La curva, el escape de gasolina, el cigarro... Parecía como si todo aquello se hubiera juntado en el mismo día y momento exacto para hacerme posible la acción que llevaba tanto tiempo esperando. Sonreí extasiada. Estaba claro. Que ameno se me iba a hacer el viaje.

Acto seguido dejé el volante y tiré la colilla encendida con la mayor puntería que me permitía el lugar donde me hallaba. Acerté de lleno. Cayó sobre la amarillenta línea de nafta y todo surgió. La simple chispa de un pitillo había bastado para provocar ese maravilloso y letal espectáculo.
Finalmente alcanzó el tanque. Los grados de temperatura subieron con súbito pestañeo. Una milésima de segundo, justo cuando pasaba la curva, giré violentamente el volante.



EXPLOSIÓN



Atravesé los cristales reventándolos con la cabeza y sobrevolé por unos instantes el cielo. Con las pocas fuerzas que me quedaban volví levemente la cabeza en el aire. Una gran bola de fuego envolvía todo y subía hacia arriba extendiéndose en una magnífica espiral. Mi dios. Una hermosa sensación de júbilo me envolvió. Por desgracia, creo que mis tímpanos estallaron antes de tiempo y no pudieron deleitarse con su sonido devastador, pero no me importó demasiado.

Algo que pretendía ser una carcajada intento escapar de unos pulmones que ya no respiraban. No dio tiempo a una segunda oportunidad. Me encontré con el sabor del cemento en mi boca y mi vista nublada se tiñó de calor y sangre coagulada. Mi tumba era un traje de carne quemada y ennegrecida. Por fin.

lunes, 15 de marzo de 2010

Hasta que las aguas nos separen

Sus pisadas en la tierra mojada dejaban a su paso pequeños lagos que reflejaban sus rostros alertas y con gestos de nerviosismo. Corrían de la mano tan rápido como podían, a sabiendas de la ausencia de la luz de las estrellas debido a las inoportunas nubes que habían decidido llorar esa noche.
A sus espaldas, a la distancia de 55 metros aproximadamente, igualaba su velocidad una numerosa tropa de individuos portadores de espadas y palos ardiendo en llamas. Sus estruendosas y cada vez más cercanas voces, recordaban a los perseguidos que debían despistarlos como sea.
Poco a poco la lluvia disminuyo considerablemente y ambos pudieron apreciar el rostro del otro. Pero entonces su carrera finalizó al comprobar que lo que creían que era su salida no era más que un gran acantilado hacia el mar letal e inmenso. Habían conseguido librarse por un instante de sus perseguidores pero ya no había escape posible. Se miraron con infinita ternura.

El rostro de ella reflejaba una belleza virginal, de cabello color heno, piel transparente y ojos esmeraldas que igualaban al verde de la flora chorreante de lágrimas. Sus labios eran finos y sonrosados y sus manos delicadas aun con algunos arañazos debido a los matorrales que habían dificultado su escape.

Él era recio y apuesto, de piel morena y ojos que se tragaban la oscuridad con un pestañeo. Sus musculados brazos abrazaban los de ella con una suavidad impensable por la fuerza que se adivinaba en ellos. Él fue el primero en hablar:

-Mi amor. Nunca sabré como esto ha podido suceder. Sé que es un error imperdonable pero quiero que sepas que nunca me arrepentiré de lo que siento. Aunque el que esté arriba nos expulse de sus tierras sagradas. Aun así. Caeríamos al infierno abrazados mientras las llamas nos devoran, el Demonio podrá torturar mi espíritu por siempre. Te querré por encima de todo. Hasta que mi alma se extinga.

Ella no lloró al oír estas palabras. Lo observó un breve instante que para él se hizo interminable. Finalmente, cogiéndolo de su mano dijo:

-Que sea lo que Dios quiera. No me importa saber que lo que sentimos es un pecado, porque eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Volvieron a oír voces. A lo lejos alguien gritó "¡Ahí están!".
A ninguno de los dos les importó. Se sonrieron, felices de haber empezado y de poder acabar su existencia juntos. Se agarraron fuertemente de la mano volviéndose hacia el paisaje marítimo en el que la luna había desterrado su timidez a mostrarse. Sus pies rozaban el filo del abismo. El muchacho articuló dulcemente las últimas palabras dirigidas a su amante:

-Te amo, hermana mía.

Y como liberados de una terrible carga, saltaron. Sus cuerpos se perdieron entre los volantes azulados del océano, devorándolos con furia. En todo momento permanecieron de la mano hasta que una enorme ola los separó para siempre de la Tierra en la que se habían sentido prisioneros en una jaula de insufrible desprecio.

jueves, 11 de marzo de 2010

Réquiem por un mundo

Espesa niebla que inunda la visión de un recuerdo frágil. Ilimitada es la razón de los otros cuando sentencian ásperas y fugaces miradas a lo que ya no creo capaz de reconocer. No hay cura conocida para este supuesto mal que turba y encoge de frío mis huesos, haciéndome cada vez más diminuta, casi imposible de ver.

Todos los mares concentrados en mi lagrimal aguardan salir con fingido entusiasmo mientras algo en mi garganta se mueve y retuerce esperando provocar el desbordamiento de fúnebres círculos viciosos que hacen acopio de un esfuerzo inútil de separarse.
Todo en mí bombea sin cesar mientras segrego incontables y extrañas formas de mi fantasía que, al ser rozadas por la débil luz de la tierra maldita, comienzan a pudrirse.

Hay demasiada presión, presión, PRESIÓN. La cabeza gira como un descontrolado tiovivo, la vista se me nubla llenando mi campo de colores imposibles. y la respiración escapa volando y se pierde en la aurora mi conciencia única.

En mi interior, un mundo extravagante y caótico se debate entre su destrucción definitiva o su continua locura. Por fuera, no es más que una huraña y solitaria muchacha envuelta en pensamientos incomprensibles y de díscolo comportamiento a la que pretenden enderezar con gigantes mazos de realidades desencantadas.



Desconocen que ello la esté convirtiendo en alguien que se debe decantar en palpitar con el corazón o funcionar con la cabeza y renunciar a su alma natural para siempre.

He aquí la gran lucha desde tiempos inmemorables entre dos mundos igual de universales: el mío y el del resto. La única y segura norma que existe es que finalmente uno de ellos perecerá bajo las garras de otro.

lunes, 8 de marzo de 2010

La seducción de ultratumba

Muerde aquí, en el cuello. Perfora dos diminutos orificios rebosantes de cataratas de sirope sangriento bajando por mi garganta. Tus incisivos, que refulgen puntuales al estricto horario de la luna llena, salen al acecho en busca de la (cada vez más escasa) exquisita sangre de las doncellas vírgenes.
Tu tez marfileña y reluciente contrasta en la noche como un nenúfar en un árido desierto. Apareciste de la nada, manifestando ante mí tu silueta de demonio seductor. Esos ojos tienen algún hechizo, pues atacas con la mirada. Me los clavaste y caí al suelo por un repentino e irresistible deleite. Sin embargo para realizar tu tarea básica de supervivencia lo haces con una delicadeza que dormiría de ensoñación a todas las criaturas que fueran objeto de ella.

Cuando sacias tu sed inmortal me dedicas una mirada de despedida. ¡Ah! ¿Por qué eres tan dolorosamente hermoso? ¿Por qué segregan mis entrañas esta furia desconocida al saber que te marchas?

Poco antes de caer sumisa a tus pies era consciente del pudor y del pecado. Pero ahora...

Ahora solo deseo ser usada por ti hasta el desgaste de mi cuerpo. Quiero que me succiones hasta la última gota con tal de sentir tu aliento junto a mí un segundo más, que tu pupila granate entré en la mía y me haga desfallecer por su alta dosis de erotismo.
Quiero ser tuya, en todas sus formas. Ser tu igual y cazar las noches nevadas de aullidos internos buscando la lujuria que nos provoca la sangre.
Quiero MODERTE y saborear tu ponzoña ácida y deliciosa mientras parte de esta resbala por mi barbilla.

Pero esto es sólo el recuerdo de una noche de seducción vampírica pues mi demonio sanguinario se marchó antes de que pudiera empezar a fantasear con mi destino imposible.


domingo, 7 de marzo de 2010

Ideas acuosas

Manoseo mis manos indecisa dando vueltas en la habitación de blanca esterilidad. Mis pies descalzos la recorren produciendo un sonido hueco. Lo observo todo, me observo a mí, observo mis pensamientos y , ¿qué es lo que me dicen? Lo mismo que el lápiz al tonto: nada.

¿En qué endemoniado peldaño de la escalera imaginativa se cayeron mis ideas, rondando cuesta abajo? ¿Algo las sobresaltó? Sé que están, sé que las poseo. Pero algo las tiene recluidas en una fosa de insatisfacción odiosa. Ese algo, mejor dicho, ese alguien soy yo.

La frustración va a acabar conmigo y con todo lo que ansío dar a conocer. Siento mi cabeza rebosar de ideas que, aun estando emborronadas, siguen siendo ideas. Entonces, ¿por qué no permito que salgan? ¿Por qué mis dedos no cobran la fluidez imparable que antes tenían con un bolígrafo sobre el papel? Voces a mi alrededor me dicen que al final ya pensaré algo. Pero en este mundillo las cosas no se realizan pensando sino que nacen de forma libre, sin presiones.

Me odio al escribir estas líneas vacías que sé que en el fondo no depararán en ninguna parte. La espesa niebla de inseguridad me impide ver lo más hondo de una psicología de chica con realidad desordenada e ideas acuosas de incierto final.

viernes, 5 de marzo de 2010

El reflejo oval

Odiaba ese espejo. Con su rostro disfrazado del suyo propio le hacía ver lo horrible de su condición y la pudredumbre de su oscura alma. Se burlaba de él, lo sabia. Deseaba poseer la fuerza de voluntad suficiente para reducirlo a míseras esquirlas. Pero no, porque en realidad se había convertido en objeto imprescindible de adoración por su persona. Desearía destrozarlo pero eso acabaría, de alguna manera, con una parte de sí mismo. Sus formas ovaladas lo deformaban, desnudándolo interiormente y sacando a relucir la verdad maldita e insoportable.

Sentía el palpitar de sus sienes amoratadas a cada lado de su cabeza. El sonido de una gota de sudor al chocar contra el suelo amenaza con romper la serena constancia de una pregunta que resonaba en su cabeza. Él le miraba y y el reflejo a él también; ya no lo soportaría mucho más.
Su respiración se aceleraba y su cuerpo manifestaba un violento temblor que le hacía estremecerse en lo más hondo de su ser. Sus manos acariciaban desesperadas el marco redondeado, recorriendo el gastado latón que lo envolvía.

Temblaba, se hacíao un ovillo delante de él, parecía burlarse. El balanceo corporal no lo aliviaba y sus músculos se agarrotaban dolorosamente. Su cara formó una mueca grotesca y sus ojos fuera de las órbitas miraban fijamente al frente, en constante lucha con los ojos que le devolvían la mirada. Hundía las uñas en las palmas intentando distraerse, último esfuerzo por escapar de aquello. La sangre fluía por sus muñecas.

Le miró, soltó una carcajada. Tenía el rostro de un loco.

(C & J)

miércoles, 3 de marzo de 2010

Este maldito vacío de originalidad (II)

Ha dejado de llover, porque la noche se ha tragado los nubarrones. Ahora se deslizan de un lado a otro furibundas ráfagas de aire enfermizo que contaminan el ánimo del derrotado artista.
Su depresión es tal que no tiene voluntad ni para encenderse un mísero cigarrillo. Tiene los ojos entrecerrados y llenos de triste melancolía que intenta hacerla invisible ocultando su rostro con unos débiles brazos y encogido a los pies de la cama.

Querría llorar pero su orgullo puede con él. Aunque poco a poco también va perdiendo eso y finalmente se abandona al llanto desenfrenado y amargo. No le quedaba nada. Nada que decir, nada que ofrecer al mundo nacido en su imaginación. Y eso sólo quería decir una cosa.
Se levanta lentamente entre torpes resbalones del suelo húmedo de madera carcomida. Vuelve a llenar su copa hasta el borde y acto seguido se aproxima hacia una de las mesillas de noche que pretendían decorar la mugrienta habitación. Abre uno de los cajones y saca de este un pequeño tarro cilíndrico que deposita en la mesa al lado de el whisky. Del tarro caen cinco pastillas. Las mira con ojos hipnóticos, embelesado al considerar esos minúsculos medicamentos eran su salida hacia la libertad de su marchita prisión.

Dedica un último momento a contemplar los tomos que descansan desparramados al pie de la cama y que reflejaban esos momentos de gloria inigualable que había experimentado. Sonríe humedeciéndose los labios. De una sola vez se introduce las pastillas en la boca y sentencia el acto con el trago digno de los bebedores suicidas.
Avanza tambaleándose hacia la cama y se desploma en ella. Se sumerge en estado de somnolencia que le hace olvidar todo. Habita un silencio inhumano que lo hace reconfortarse más aún. Pronto acabará todo.

Entonces le parece comprobar que su alrededor se va elevando. En la habitación entra tal claridad de luz que apenas puede mantener los ojos abiertos. Se oyen suaves risas que rozan los oídos del hombre acompañado de un tintineo de campanas. Quiere saber de donde proceden tales sonidos pero la rigidez de sus miembros es superior a él. De pronto, como una aparición sagrada se muestra ante él una diminuta mujer alada de color perla que zigzaguea frente a su rostro. Incrédulo, se incorpora bruscamente y la observa con detenimiento. Sus esbeltas piernas colgaban sensuales en el aire y sus finísimas alas apenas se veían por su trasparencia. Su mirada lo observaba divertida a través de unos ojos de zafiro oscuro y sin pupila.
Creyó estar loco. Ese ser era el personaje protagonista de una de sus novelas fantásticas. Su querida hada llamada Yill. Se volvió a tumbar dispuesto a sumirse en su oscuro destino pero en ese momento el hada habló:

-¿Por qué me ignoras ahora? Después de haberte acompañado todo el camino, ¿no vas a dejarme que te siga?

Después de estas palabras el hombre quedó paralizado. Dos pesadas lágrimas corrieron a cada lado de su cara. El hada, delicadamente, se acercó y las seco con su largo cabello. Tras un largo silencio, él solo tuvo fuerzas para decir:

-Gracias...Yill...

Dulcemente, el ser mágico se posó sobre su pecho y lloró con él. Y en los últimos instantes en que su corazón daba los latidos finales el hada lo besó en la mejilla y poco a poco fue desvaneciéndose junto con todo lo demás con una triste y resignada sonrisa.

A la mañana siguiente, la limpiadora del motel encontró el cadáver del antes célebre escritor y avisó a las autoridades. Nadie advirtió que sobre la camisa del fallecido reposaba un pequeño montón de polvo de desconocida procedencia.






(La fantasía que crea el artista muere siempre con él)