Muerde aquí, en el cuello. Perfora dos diminutos orificios rebosantes de cataratas de sirope sangriento bajando por mi garganta. Tus incisivos, que refulgen puntuales al estricto horario de la luna llena, salen al acecho en busca de la (cada vez más escasa) exquisita sangre de las doncellas vírgenes.
Tu tez marfileña y reluciente contrasta en la noche como un nenúfar en un árido desierto. Apareciste de la nada, manifestando ante mí tu silueta de demonio seductor. Esos ojos tienen algún hechizo, pues atacas con la mirada. Me los clavaste y caí al suelo por un repentino e irresistible deleite. Sin embargo para realizar tu tarea básica de supervivencia lo haces con una delicadeza que dormiría de ensoñación a todas las criaturas que fueran objeto de ella.
Cuando sacias tu sed inmortal me dedicas una mirada de despedida. ¡Ah! ¿Por qué eres tan dolorosamente hermoso? ¿Por qué segregan mis entrañas esta furia desconocida al saber que te marchas?
Poco antes de caer sumisa a tus pies era consciente del pudor y del pecado. Pero ahora...
Ahora solo deseo ser usada por ti hasta el desgaste de mi cuerpo. Quiero que me succiones hasta la última gota con tal de sentir tu aliento junto a mí un segundo más, que tu pupila granate entré en la mía y me haga desfallecer por su alta dosis de erotismo.
Quiero ser tuya, en todas sus formas. Ser tu igual y cazar las noches nevadas de aullidos internos buscando la lujuria que nos provoca la sangre.
Quiero MODERTE y saborear tu ponzoña ácida y deliciosa mientras parte de esta resbala por mi barbilla.
Pero esto es sólo el recuerdo de una noche de seducción vampírica pues mi demonio sanguinario se marchó antes de que pudiera empezar a fantasear con mi destino imposible.
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