lunes, 29 de noviembre de 2010

Sola

Mi integridad como muros derrumbada por el renacer de su rostro marfileño.
La caricia ya no es delicada sino ruda y áspera cual voz de zombie en mis oídos. Atrapada en un abismo de forma inigualable que nadie en la Tierra podría describir con sus vulgares métodos de lógica y sentido.

¿Lógica? ¿Integridad? ¿Moral, pudor?

¡Báh!

Mi alma desnuda ya está manchada por el fango de tu última huída.

martes, 16 de noviembre de 2010

Droga de silencio

La pequeña dosis concentrada en la jeringuilla se agita ansiosa por entrar en contacto con mis venas sedientas. Mi respiración es rápida y desacompasada fruto de mi sindrome de abstinencia inicial, que inutilmente he intentado ignorar.

Afuera está comenzando a oscurecer y sopla el viento con tal furia que podría decirse que es casi humana. Golpea la vieja ventana manifestando su contrariedad a mi próximo acto. Eso suma además los coches que circulan cercanos y la música clásica demasiado alta de mi vecino de al lado.

Sin ni siquiera desinfectarme la zona me intriduzco lentamente la aguja y doy salida a mi ahora más importante razón de vivir. Una vez terminado, y esperando a que se extienda por mi decrépita anatomía, comienzo a desvestirme hasta quedar completamente como me trajeron al mundo. Acto seguido me tumbo en el suelo, ajena al frío ambiente y a mi alrededor.

Ya no hay nada, sólo estoy yo. El silencio se apodera del alrededor, taponándome los oídos con una relajante parsimonia que provoca que mis párpados caigan intoxicados por esta sustancia deliciosa y mortífera. La ausencia de sonido se ha estabilizado y ni siquiera percibo mi respiración ni mis latidos ralentizados. Tampoco siento mi propia piel.

Quiero estar así para siempre. Con mi compañero silencioso e inexistente y mis oscuridad voluntaria. Disfrutar de la verdadera libertad. Crear un limbo personal en mi propio cuerpo sin necesidad de soñar despierta en un mundo repulsivo que es imposible de ignorar por los sentidos.Pero basta, no quiero ni oírme ni a mí.








...










Paso así mucho tiempo, no sé exactamente cuánto, pues para mí éste se ha detenido completamente. Pueden haber pasado minutos, horas...Pero no lo sé ni me importa demasiado. La existencia no es más que un recuerdo borroso escondido en la recovecos de mi antigua y moribunda mente.

Quiero estar así para siempre, siempre. Escondida de todo, de mi misma.
Lo bueno del silencio es que una vez inyectado su efecto es infinito.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Desierto de lágrimas

Ella se revolvía con el puñal en mano de los brazos que pretendían arrebatárselo. Lloraba con rabia cegadora pero silenciosamente, conocedora de la debilidad de su propia fuerza. La tonalidad escarlata brillaba en la hoja del arma.

Él no hacía fuerza, ni un gesto, ni un atisbo de presión. Tan sólo mantenía firme su mano. Su rostro era una máscara fundida entre la impasibilidad y la desesperación. En su mirada reflejaba un dolor intenso e inhumano que no influía en la posición relajada que mantenía y su piel ceniza era cadavérica. Un muerto en vida.

Con un grito de agonía y rabia ella se dejó caer, aún manteniendo el arma. Él también bajó. El llanto continuaba pero ya no quedaba nada en su ojos secos y marchitados. Alzó la mirada y, con fingida decisión, se enfrentó a la de su contrincante suplicándole sin palabras que lo dejara estar, que se fuera y la dejara sola.

Como respuesta obtuvo que de un tirón le arrebatara el arma y que lo lanzara lejos de su alcance, no sin antes que durante este último forcejeo ella consiguiera herirse en una de sus muñecas.
Él se aproximó y tomó el brazo sangrante, observo los profundos cortes que había logrado hacerse antes de su llegada y comenzó a sacar de su bolsillo un pañuelo para usarlo como vendaje.

Ante este gesto ella lo apartó lentamente y negó con la cabeza susurrando:

-No, amor. Déjame morir para así poder sentir una milésima parte lo que te hice experimentar en la lóbrega existencia de mi abandono.

Pero haciendo caso omiso de sus peticiones comenzó a cubrirle el corte . Ha medida que este dejaba de sangrar, el cuerpo del hombre comenzó a humedecerse hasta convertirse en líquido y desaparecer en una llúvia salada. Antes de ello le dedico un atisbo de sonrisa melancólica.

La mujer se desvaneció unos minutos y al volver en sí su corte había desaparecido y con ello el puñal. Pero sus lágrimas eran de color escarlata intenso.