jueves, 23 de junio de 2011

El cliente siempre lleva la razón

La sostuvo en sus brazos con ternura. Ella lo miró un instante y el muchacho sintió estremecerse por esa mirada que se apagaba. Esas pupilas que hacía breves segundos habían refulgido hermosas, brillantes, iluminando ese rostro delgado pero místico, ahora se desvanecían en un verde muerto. No dejó de mirarlo hasta irse por completo, cuando su cabeza cayó hacia atrás lenta y serenamente.

El escarlata lo cubría todo, pero no se distinguía si se trataba de la sangre o del color del elegante vestido que había decidido ponerse esa noche para la velada. La lluvia se estaba encargando de parar su sangrado y retirarlo hacia el borde del balcón donde se encontraban.

Adentro, los invitados de la fiesta estaban demasiados ebrios como para prestar atención de lo que había ocurrido. Además, todo había sido tan breve y silencioso como un suspiro, en este caso el último para ella.

Mientras la abrazaba aún sostenía el revolver con el silenciador en su mano. Observó esos labios que instantes antes de realizar su trabajo había podido saborear, tiernos y rojos como lo que ahora lo rodeaba. Pasó sus dedos por ellos delicadamente y de estos a su cabello corto, retirándole un mechón mojado de la frente.

Acto seguido, la llevó en volandas hacia la sala abarrotada y la depositó en un sillón escondido en una esquina. La gente tardaría en darse cuenta de su estado.

Y se marchó. A pesar de ello, no pudo apartar de sus ropas ni de su mente ese perfume, cuyo olor fascinante no había conseguido identificar. Nunca sabría nada de esa mujer ni de los motivos por que alguien quisiera verla bajo tierra.
Pero tampoco debía importarle, era su trabajo. Una pena, pero lo era.

Llamó un taxi. Llovía fuerte, casi con furia. Debía estar en la otra punta de la ciudad para cobrar el cheque a primera hora de la mañana.



lunes, 20 de junio de 2011

Vita flumen

Y aquí ando, en terreno fangoso, temerosa de poner el pie en el sitio equivocado y hundirme en miseria. Si no arriesgas no ganas, vale. Pero, ¿y qué pasa con lo que pierdo?

Resurge el deseo del picor en la sien. Solo falta el material catalogado en la opción con forma de mortaja. Los índices de mis dedos acarician y masajean los laterales de mi cráneo.

Y yo lloro y sonrío al mismo tiempo.

Extraño posterior

Polvo rebelde, que se manifiesta sumamente forzado. Resurge, comunica el sin sentido de unas palabras vacías, banales, tópicas. Y todo con un lamento desgarrador al fondo del armonioso contacto entre dedos y teclado, que degustan este sabor insípido.

Que poco se recoge en tan largas hibernaciones. Sensación extraña y entrañable.

A pesar de ello y de mi arrepentimiento posterior al acto, te echaba de menos.

Te echaba mucho de menos. Qué curioso.