jueves, 25 de febrero de 2010

La sonrisa del duende

Ahí está. Con violenta fugacidad me atrapa. Destellos en ella que me hacen sumergirme en la peor de las tentaciones. De la noche sin estrellas se hunde en las sombras para volver a emerger de entre ellas con un magnetismo animal aterrador. Competidor entregado del gato de la famosa Alicia.


Su resplandor me ciega en demasiados sentidos fuera de contexto. Y mi paliducho cuello sueña con encontrarse con sus centellantes y perfectos dientes. Una risilla escapa de un lugar indeterminado de sus entrañas. Los resquicios de mi dignidad de antaño se desvanecen por atreverme a fantasear con una lengua viperina que habita y se balancea humedeciendo sus labios y que desee con ansia que penetre en mi más profundo secreto.


Es ella. La sonrisa del duende.


Bailarina de danza desesperada

Con sus pies, diminutos y gráciles, se desliza la bailarina. Su tutú plateado de luna resalta su iris azul cobalto que refulge al lado de sus pupilas, atrayentes como dos enamorados en su momento ideal y mágico.
Con delicados pasos piruetea sobre la superficie de cristal englobada en una niebla fantasmal. Su pelo, tan lívido como su piel blanquecina, permanece prisionero en un elegante moño, dejando sueltos a cada lado de sus orejas dos finos tirabuzones que ondean con graciosa frescura. Da mil vueltas sobre misma hasta hacer que el mirarla me maree de estupor, siempre con su brillante sonrisa a punto. Siento que puedo alcanzarla con solo alargar el brazo, y ubicarla en el hueco de mis dos manos haciéndome cosquillas con sus volantes voladores.
Es la vela que me alumbra en una oscuridad que me traga hasta lo más hondo como un jazmín en un inmenso campo de cardos. Podría estar toda una vida contemplando extasiado su elegante baile de música silenciosa.

Pero nunca podría tocarla. Jamás. Porque se encuentra viviendo en una extravagante esfera sin salida aparente y unos copos de indeterminada materia desconocida caen por sus alrededores si su mundo se agita fuertemente.

¿Ella desea salir? Lo desconozco. Sólo sé que su boca siempre está moldeada en el mismo gesto de inocencia y que sus giros nunca cesan. Puede ser que, simplemente, le es indiferente el exterior. O pueder ser también que su incesante movimiento sea una desesperada estrategia de llamar la atención de aquellos que la observan. No me perdonaría que su rostro de porcelana se vea amenazado por una presunta e incesante claustrofobia.


Dame una señal, mi bella bailarina, para obligarme a romper las cadenas de tu linda pero infeliz danza.

martes, 23 de febrero de 2010

Este maldito vacío de originalidad (I)

El hombre apoyado pesadamente contra la ventana, observa la caída de la lluvia y la pelea de las gotas queriendo estrellarse contra el cristal. Sostiene en una mano una copa de whisky y en la otra un pitillo a medio acabar que se acerca a los labios con gesto teatral. Expulsa, melancólico, el humo mientras su mirada va recorriendo el pequeño y caótico cuarto de motel con olor a coliflor podrida. Observa la papelera, llena hasta el borde de papeles arrugados y porquerías varias. Sus ojos se detienen en el papel en blanco que reposa sobre la mesa de trabajo acompañado por una pluma que gotea espesa tinta negra.

Lanza un profundo suspiro, se sienta lentamente en la silla de madera, frente al folio. Se pasa, pensativo, la mano por la barbilla, que raspa por el mal afeitado. La pluma ondea en el aire sin saber qué escribir.

-Maldita sea…

Golpea frustrado los puños contra el mueble. Impotente, tira la colilla al suelo, apagándola con un sonoro pisotón. Se sentía acabado.
Había perdido todo lo que tenía desde que empezó con la profesión. Al principio era como todos los amateur: jovial, innovador y, sobre todo, con las ideas claras. Había sido reconocido como uno de los mejores de la última década y sus obras eran leídas por todos. Claro que -pensaba- no me da lo suficiente como para vivir a lo grande, pero de todas maneras lo importante es que me guste y me dé de comer.

Los años habían pasado y, como en toda profesión artística, había tenido sus pequeñas crisis de moral, la forma de escribir, etc…
Pero esto, se temía, no era una crisis como las demás. No estaba pensando la forma en qué iba a redactarlo ni nada. El gran problema era, ni más ni menos, que no había nada nuevo que aportar al género. Todas las ideas e historias que había escrito a lo largo de toda su bibliografía y que tenía en su cabeza ya habían sido realizadas. Era la falta de musa y de originalidad. Y para él, un escritor antes de éxito, suponía el final del viaje con su fantasía. Furioso con su ilusión marchita, levantóse de su asiento y clamó con voz atronadora señalando a la pluma:

-¡Tú, maldita entre todas la cosas! ¡Traidora de mi inspiración! ¿Qué te hice para que me dejaras muerto en la estacada? Has sido mi mayor portavoz del arte que antes me recorría las venas con fascinante gozo. Nunca imaginé que fueras a dejar de hablar en mi nombre y, sin embargo, ahí te veo con las ideas concentradas en la tinta que te rebosa sin querer decirme. ¡Maldita seas entre todas!

Y luego con el mismo arrebato, arremetió contra el papel blanco:

-¡Ah! ¡Tú, detestable pálido! Eras la superficie y la base de mi fantasía. Sufriste conmigo esas noches en vela en las que te emborronaba con entusiasmado éxtasis. Ahora estás ahí, mirándome con tu vacío y manifestando tu burla con la blancura de tu ser, mofándote de mi ignorancia. ¡Maldito tú también por villano y traicionero compañero!

Dicho esto, agarró ambos objetos y los expulso al exterior en el que el agua hizo el resto. Arrastrando los pies llega a unas de las esquinas de la habitación y cae encogido y temblando, pues la esencia básica de su alma y existencia ha muerto ahogada en una lluvia de desencanto.

La prisión de tus alas

¿Adonde fue ese instante en que me pertenecía todo lo que tocaba, todo lo que veía?

Un instante en el que tus suspiros eran suaves, brotando de tu boca con sutileza, en el que tu ropa desprendía una cálida y delicada fragancia que nunca he conseguido definir pero que me fascinada locamente y tu pelo despeinado trazaba difusas formas en tu silueta.
Te agarraba con frenesí bestial tu camiseta de rayas y te atraía hacia a mí sin importarme saber si lo hacía contra tu voluntad o no. En la oscuridad contemplaba tus ojos que brillaban con una nitidez de aparente cortesía a los míos propios. Tus abrazos, podrían haber consolado a la más infeliz de las criaturas. Me arrinconabas en esa esquina donde no importaba quién nos viera y dábamos rienda suelta a nuestros inocentes y dulces juegos. Tu boca de caramelo alimentaba mi hambre llameante, cruzaba mis piernas alrededor de tu tórax y tus brazos me envolvían lentos y naturales.

Esos brazos, los tuyos. Sí, los asemejaba a unas hermosas alas color púrpura, que se alzaban con majestuosidad hacia los cielos llevándome contigo. Me hiciste tenerlo todo a mi alcance, ser la emperatriz de tus sueños y de esas alas.

Pero este instante murió al comienzo de la súbita desintegración de sus plumas en el aire. Me dejaste caer hasta golpearme brutalmente contra el suelo de la realidad.
Ya no tenía, no tenía tus preciadas alas en mis manos. Se habían alejado de ti mismo y de lo que te rodeaba. Te habías marchado, mi amor.

¿Y adónde fuiste, mi ángel idealizado? El vendaval de la soledad me abruma.
Pero yo no quiero para conmigo esta tortura de metáforas ausentes. Te añoro, añoro la voluptuosidad de tu presencia en mi vida pasada. Regresa. No me importa que no venga acompañada de la satisfacción que me provocaba ese instante ya mencionado. Dame, solo una vez más, la oportunidad de volver a encontrarme con su místico tacto, púrpura como mi maquillaje descorrido por el mar rebosante en mi rostro.

Tan solo quiero la ilusión de esa prisión abstracta que me hacía delirar de placer. El placer de ese encierro tan cruelmente sensual.

domingo, 21 de febrero de 2010

¿Quién eres tú?

Pregunto expectante al reflejo en el cristal. Este me devuelve una mirada vacía, opaca. Con expresión indiferente se retira parte del cabello, sucio y enmarañado, que cae por un lado de su rostro grisáceo.

Lo examino con la mirada. Observo su cuerpo, envejecido prematuramente. No me es necesario acudir a la imaginación para dibujar su esqueleto que se manifiesta sin pudor en sus formas angulosas y pronunciadas. Me detengo en sus manos, en las que los dedos han sido sustituidos por palillos de dientes y advierto la ausencia de uñas en cada uno de ellos.

La imagen vuelve a mirarme con su inánime actividad corporal. Entonces una sensación de desprecio incomprensible me recorre todo el cuerpo haciendo que el mirarlo se vuelva insoportable. No observo su piel enjuta que cae por todos sus lados, ni sus pómulos prominentes.

La horripilante chica del espejo, sin mediar palabra, ensancha la boca dibujando una sonrisa con fondo oscuro, de escasos y amarillentos dientes y enmohecidas encías. La repugnancia que transmite me provoca tal sentimiento de ira que estrello furiosamente mi mano contra él, deseando borrar con ese golpe la realidad tan insoportable que ha vuelto ha asaltar mi mente. Los cristales saltan en todas direcciones, queriendo escapar de esa situación de lucha personal. Por un momento retiro mi mirada de ella, respirando entrecortadamente.

Sigo el recorrido de la sangre corriendo por mi mano y muñeca. Dolorida, suspiro. Mi mirada vuelve ha chocar con un reflejo peor que el anterior. Los pocos y destrozados cristales que cuelgan indecisos en la pared forman un grotesco retrato descolocado. Una cara más deforme que la anterior.

La ansiedad comienza a llamar por enésima vez a mi cerebro, los dientes presionan brutalmente mi labio inferior hasta destrozarlo.

Entonces mi doble mueve los labios, sin que escape sonido alguno, pero entiendo perfectamente lo que me cuestiona:

-¿Quién eres tú?

Quedo en silencio largo rato, sin apartar mis ojos delirantes e inyectados en sangre de aquella pregunta. Ahora mi mirada se concentra en mí. Pero no dura mucho el examen ya que se perfectamente la respuesta.

Me dirijo hacia el retrete, levanto la tapa y agacho la cabeza. Al fondo de este el agua vuelve a reflejarme. Vuelve a mover los labios, esta vez me escucho.

-Una gorda. Una puta obesa.

Una lágrima quisiera escapar pero no quiere porque ya no existe. Cierro los ojos evitando mi propia mirada e introduzco lentamente los dedos índice y corazón en mi boca, buscando la campanilla de la deseada liberación acompañada del futuro desastre.

viernes, 19 de febrero de 2010

Mancillada

Qué linda es,
la joven inocente
Juega en el río,
nadando a contracorriente.
Su frescura es alegría
y su risa, pícara.
Apenas posee curvas
y su pecho apenas asoma,
pero su encanto es el mismo.
Vive su juventud
ausente a cualquier mal.
Ondea su largo cabello,
tararea sin cesar.
Una oscura sombra
se aproxima hacia el lugar.
Sucios presagios la envuelven
y una maligna sonrisa la encabeza.
Tenebrosa criatura
como pocas las hay.
Contempla a la muchacha
con ojos golosos,
y fluidos viscosos
descienden por sus bajos.
Se acerca sigiloso
a su presa elegida.
Ella no se da por aludida
pues se encuentra volteada.
Ahí es cuando la agarra
y la aparta de la orilla.
Intenta chillar,
intenta escapar,
pero el brillo de la hoja de un puñal
la hace enmudecer.
La traslada al bosque
donde no habita el ser humano,
mientras la amarra fuertemente,
relamiéndose los labios.
El rostro de la chica,
el rostro del miedo.
Observa aterrada
como hunde sus dedos
en sus carnes firmes
y acaricia su pelo.
-Comienza el espectáculo-
anuncia escandaloso,
desabrochándose el cinturón
con gesto ansioso.
Ella ruega, ella teme.
pero no consigue liberación
pues cuanta más clemencia pide
más goza su captor.
Se rozan levemente,
se estremece horrorizada,
al ver las proporciones
del arma prominente.
Le levanta el vestido,
con lentitud obscena,
y las lágrimas de sus ojos
se deslizan hasta la tierra.
Balbucea palabras
que ni ella misma entiende,
la respiración contiene
al adivinar sus intenciones.
Le separa las piernas violentamente
la primera embestida la sorprende.
Grita, desgarrándose
su cuerpo y su alma.
Así se repita
hasta la saciedad del individuo
que lo finaliza,
con un orgasmo ambiguo.
Se deshace de ella
entre las hojas, inconsciente.
Con un suspiro satisfactorio
la bestia se marcha.
De un lozano espíritu
a un mancillado corazón.
El dolor de sus heridas
la despierta de sopetón.
Se observa las muñecas
llenas de magulladuras
y la sangre de sus refajos.
Rememorando el acto
vuelve a chillar,
asqueada de sí misma,
del verdugo de su virginidad.

martes, 16 de febrero de 2010

Paranoia con sabor escarlata

La sórdida presencia de la conciencia provoca que mi alma sufra temblor y desequilibrio en el espacio vacío. Como pétalos de jazmín marchitos, van cayendo y descomponiéndose fragmentos de ella, quedándose blandos, inútiles, para después volverse ennegrecidas cenizas y desaparecer de forma instantánea.

El infrasonido de una melodía perdida excita a mis oídos quejosos, suplicantes de vibraciones sonoras ausentes e inconcebibles. Detúvose mi pulso cardíaco que se libera escarlata por la desértica y pálida piel de mis muñecas. Zonas de mi anatomía piden prestado el color de la rosa clásica para manifestarse. Y plateadas quedan mis mejillas por la sequedad del llanto de antaño y solitario.

Suplico desesperada por poder verme eclipsada por la sombra de la gran silueta negra y cadavérica. Que mis ojos tengan el honor de arder en llamas al pasar delante de su rostro oculto. Que mis tímpanos estallen gustosos al percibir el silbido de su oscuro manto ondear en la penumbra.

Quiero seguridad de que podrá llevarme con ella, que me librará de esta pesarosa respiración que ansía finalizar con un sutil suspiro y de que no dejará rastro de acontecimientos y memoriales en las esquinas de mis recuerdos. Quiero desechar esta paranoia atroz que me engloba porque ya no puedo contener por más tiempo mis deseos de reconciliarme conmigo misma.

Y es que mi existencia no me soporta. Yo reniego de ella, ella reniega de mí.
Por tanto te la entrego a ti, amiga y futura compañera de andanzas. Que la crudeza de tus manos me transporte hasta tu más recóndito paraíso.

Te regalo mi vida, mi querida Muerte.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Caballeros y tinieblas

El día ha muerto, la noche ha llegado. Es nuestro momento.
Alcemos las cabezas adorando a la diosa Luna. Rindámosle homenaje a su elegante figura. La tierra palpita bajo nuestros pies y nuestros corazones se llenan del gozo que se expande por doquier.

Somos sombras a los ojos del pueblo, somos vapor en el aire condensado por una lúdica camadería. Nuestra fe es nuestra armadura y la espada, nuestra valía.
Vamos, compañero fiel. Retemos a ese temido contrincante llamado mundo.

Demostrémosle que todavía queda esperanza en él. Que la libertad puede ser posible, que el amor no se ha extinguido, que todo ello se encuentra oculto por oscuras tinieblas y confusos caminos.

Lucharíamos contra todo lo que infunda injusticia, por ajena que sea a nuestra humilde persona. Derramaríamos sangre, sudor y lágrimas pero con gratificante recompensa en la posteridad de nuestra historia.

Y no temas, mi amigo, pues mis palabras serán el escudo contra los males que se avecinan sobre nosotros. Si permanecemos unidos y no abandonamos, la oscuridad acabará por volver al lugar de donde escapó para no volver jamás. La luz volverá a asomar entre los árboles y el viento correrá libremente por las colinas interminables.

Seríamos fuego abrasador, cabalgando por los cielos de Cydonia. Romperíamos la barrera del desencantado sonido. Seríamos los liberadores de la opresión de los poderosos.
Seríamos no. Seremos leyenda.

domingo, 7 de febrero de 2010

Perdóname

Has sufrido en demasía y tu camiseta es un paño de lágrimas. Perdóname.
Quieres pensar que todo ha sido una broma pesada para romper el hielo en esta época de mala racha en la que los dos nos hemos distanciado. Perdóname.
Un nubarrón ennegrecido de culpa ronda por tu cabeza intentando buscar el motivo de la consecuencia de mis palabras.

Discúlpame, te lo suplico. No ha sido a propósito. Los sentimientos que vinieron flotando fuera de nuestro círculo se posaron sobre mí y hundieron sus garras en mi corazón como garrapatas. Me los intenté quitar de encima, espantarlos con la razón, pero todo fue inútil. Seguían ahí, aferrados, hasta que se acabaron consolidando y volviéndose contra lo que era únicamente nuestro.

Y tú te percataste de que algo no funcionaba pero no quisiste decirme nada porque ha pesar de todo también estaba tu afecto por mí, no querías perderme en un abismo de dudas. Aún así, siendo tan necia como para pensar que no sería más que pasajero, continué a tu lado. Entonces comenzó mi infierno personal.

Lo que antes eran largas miradas llenas de complicidad pasó a ser un juego por evitarlas. Cada vez que intentábamos volver a resurgir los arrebatos de amor de entre las cenizas comprobábamos como todo se tornaba forzado, sin fluidez. Sabía lo que iba a ocurrir, pero no quería aceptarlo.

Teníamos una historia demasiado larga y profunda como para que se esfumara en un abrir y cerrar de ojos. Habías sido y aún eres, de lo más importante para mí. Pero llegaría un momento en que yo no podría resistirlo más.

Al final, renunciando a continuar de tripas corazón te lo solté de golpe, con lágrimas en los ojos y evitando tu mirada decepcionada. Me sentí miserable, adúltera sin haberlo sido, cruel por hacerte daño sin tu merecértelo.

Sí, te herí en lo más profundo. Sin necesidad de arma blanca te extraje las dos mitades de tu corazón, aún con débiles palpitaciones y te lo entregué. No merecía quedármelo, pues no había sabido mantenerlo con vida.

Por eso, por favor, perdóname. Puedes tratarme con desprecio si quieres, no te lo reprocharé. El arrepentimiento y la culpa danzarán en mi interior por siempre.

Lo siento, perdóname, te fui infiel con el pensamiento. De otro me enamoré.

sábado, 6 de febrero de 2010

Desengaño

He cerrado, no sin esfuerzo, los conductos de escape de mi cariño, obligándome a percibir el hedor del desprecio en mi olfato estimulado. Las manos están cerradas a cualquier sentimiento mutuo. Esto es lo que has provocado. Deseo para ti, una lenta y amarga agonía para así comprobar que estamos en paz el uno con el otro. No volver a sentirte ni a crearme falsas expectativas. Luces mucho mejor sin alguien siguiéndote en la retaguardia, porque ya no pareces tan poderoso a los ojos de los espectadores. De tu dulce y adictiva palabrería he escapado y ahora solo volvería a contactar con ella para saber adonde escondiste mis bragas la última noche entre un mar de sábanas blancas.

La fructífera tela de relación que tejí con sudor y lágrimas se rasgó por tu pobre entrega al mantenimiento de sus hilos compuestos de detalles insignificantes para ti, y dejó al descubierto una repugnante mentira.

No noté, tonta de mí, como una venda de ensoñación me cubría la vista impidiéndome adivinar a lo que jugabas. Confié en que fueras el viento que me impulsara a el camino de la felicidad más absoluta y has resultado ser solamente una piedra que se coló en mi calzado.

Tampoco advertí que me preferías desgarrar la ropa a besarme en mis labios ardientes de amor, y a decirme obscenidades en lugar de traducir tus supuestos sentimientos en palabras para después traspasarlas a caricias llenas de ternura.

Creía que tu ruda actitud provenía de tu personalidad, tan especial para mí. No quise quitarte la máscara de una vez por todas hasta que llegaron las otras “únicas” para ti.
Lo he decidido, cariño, ya no te añoro.

Ahora, después de haberte divertido saciándote con los cuerpos ausentes, pretendes volver a encandilarme con tu ñoña poesía y tu encanto superficial. Temo decirte que pierdes el tiempo dando palos al agua, pues poseo la mejor inmunidad del mundo: mi desengaño.
No espero nada nuevo de tu persona, así que toma nota de todo ello en tu memoria decrépita, similar a la de un primate retrasado.

Aún así, antes de archivar esta agridulce etapa, dedicaré un instante a dibujar en mi cabeza la imagen más característica cuando éramos “nosotros”.

Nos encontramos en un baño mohoso y oscurecido. Tu me manoseas el trasero al mismo tiempo que entreabres tu boca que no para de híper ventilar debido a que no puedes reprimir el instinto que te domina. Yo, sin embargo, te rodeo el cuello con mis brazos amorosamente, mirándote con ojos adoradores. Pero tus ansias acaban obligándome a deshacer mi abrazo.

-Me pones-susurras apretando tu entrepierna contra la mía.

-Yo también te quiero.

viernes, 5 de febrero de 2010

Las horas


Una vaga ilusión se va desvaneciendo lentamente como el vaho en la ventana un día de humedad. Unos inconstantes suspiros flotan en el aire. Los párpados me pesan como losas y los labios se comprimen para que no escapen los sollozos.

La añoranza ha vuelto a visitar a los sentimientos con un motivo cruel, recordando las horas pasadas, las de aparente alegría. Aquellos días en los que todo era más fácil, que los actos que realizaba no tenían consecuencias tan sumamente catastróficas.

El pasado, el mío. Nunca pensé que llegaría a extrañarlo tanto. Ahora me miro y no me reconozco. ¿Cuándo empezaron a derrumbarse mis esquemas, todo lo que yo amaba?

Tictac, cuenta el reloj, marcando su compás militar e interminable. Ya se ha ido todo. No rememoro nada. Tan sólo mi deprimente situación.

Tictac, vuelve a sonar. No quedan sentimientos ni sensaciones de ningún tipo. Tan sólo mi pulso, el subir y bajar de mi pecho y el vacío de la mente. El vacío de la nada.

jueves, 4 de febrero de 2010

Música sorda

Con un suspiro de inicio y una inclinación de cabeza comienza la maravilla. Una melodía cautivadora. Cuerpo fundido en madera, probablemente, de cerezo. El arco se desliza sobre el puente y provoca el desprendimiento de la resina de las cerdas. Los finos dedos abrazan el mástil y acarician las cuerdas.

Cada nota que produce es un paso más a elevarme al paraíso terrenal. Los silencios son instantes en los que me hace obligarme a mí misma a aguantar la respiración hasta que vuelva a sonar. Y su cara, la viva imagen de la emoción, en shock por su propio arte. Lo disfruta, le hace gozar, porque sabe que lo que ha creado, al menos para él, es infinitamente soberbio.

El tiempo y el espacio se han detenido para mí. Ahora sólo existe él, tocando, a una velocidad y con unos movimientos que son similares a que esté bailando con el instrumento. Con los ojos entrecerrados y los labios apretados, señal de un profundo arrobamiento. Sintiendo la música, su música.

Miro incrédula, a mi alrededor, sin terminar de creerme que nadie se percate de la actuación. Todos los individuos que se mueven de un lado a otro, cambiándose de acera o metiéndose en las puertas de los edificios para resguardarse del torrente de lluvia, no escuchan o aparentan no escucharla.

Una vez termina su obra oigo el eco de mis aplausos y el del agua estrellándose interminablemente. Se quita la gorra y en ella caen unas pocas monedas de mi bolsillo. Él me lo agradece con un gesto peculiar y ahí es cuando me percato de algo inesperado: no puede oír.

Lo ayudo a guardar el cello, que no podrá evitar que se estropee debido a la humedad del ambiente. Me sonríe. Yo le correspondo con una triste despedida.

Caminando por la acera mi odio hacia el mundo sigue en aumento.
Me siento decepcionada. No me extraña que todo lo que amamos se esté yendo a la mierda.

Nunca nos damos cuenta de las pequeñas pero imprescindibles cosas que nos rodean. Cuando lo sepamos será tarde. Casi nadie será capaz de escuchar al muchacho de la calle, que regala lo mejor que tiene y nadie lo reclama. Una pregunta que entraría en debate resuena en mi cabeza:

¿Quién es el más sordo en este circo de sociedad?

miércoles, 3 de febrero de 2010

Inocente maldad

-Gatito, gatito, gatito…

La pequeña niña sentada en su silla de madera llamaba así. Los cabellos negros como el ébano caían suavemente sobre los hombros y un fino gorrito le cubría los ojos. Su gracioso vestido de algodón se desparramaba por el asiento y los zapatos de charol oscurecidos reflejaban la débil luz de la sala.

Dirigía su mirada cubierta hacia el suelo. Si no fuera porque hablaba se la podría haber confundido con una marioneta a tamaño real. Y es que parecía tan frágil, tan desvalida…Sus manitas, delicadas y lechosas, y su ligero encogimiento corporal transmitían tal sensación de protección hacia ella que uno sentía la necesidad de abrazarla tiernamente.

De repente, la llamada al gato se detuvo y se hizo el silencio en su voz cristalina. Observé cómo su bonito rostro salpicado de pecas parecía palidecer aún más, y su diminuta boca de labios rojos se torcía hasta originar una atrayente y enigmática sonrisa. De ésta emergió la angelical y armoniosa risa infantil.

Pero, sin conocer el motivo de ello, en lugar de sentir bienestar al oírla me provocó cierta sensación de inquietud. Entonces su canto de la alegría se congeló, volviendo a reinar la ausencia de sonido. Así fue como comenzó a elevar la cabeza mientras se quitaba lentamente el gorro, con clara intención de desvelar el secreto de sus ojos. Cuando volvió la cara en mi dirección, su mirada recayó sobre mí a la velocidad de un relámpago. Una mirada de ángel endemoniado.

No pude contener un alarido de terror que surgió desde lo más profundo de mi alma. En lo ojos opacos de esa niña se hallaba lo más similar a la maldad personificada. Me había enviado, a través de su contacto ocular, imágenes y acontecimientos horribles que ahora llenaban mi mente. Muchos de ellos recuerdos de aquella criatura llevando a cabo las acciones más abominables que un ser humano puede imaginar.

Quise apartarme de aquella blasfemia, de su mirada maldita y sin fondo, de su falsa apariencia que pretendía simbolizar pureza e ingenuidad. Por otro lado, sólo deseaba cogerla y estamparla contra la pared o el suelo con violencia, y con la esperanza de que se hiciera pedazos. Pero mi miedo a tocarla era superior a todas mis fuerzas y ganas por deshacerme de ella.

Entré en un estado de histeria, que seguidamente llevó a la locura transitoria, y de ella pasé a agredirme físicamente arañándome el rostro y mesándome los cabellos. Delirando, caí al suelo, encogido, sintiéndome miserable y susurrándome a mí mismo sinsentidos.

Mientras que ella, que ya no me miraba, no se inmutó lo más mínimo. Continuó con su posición relajada e inmóvil, ignorando mi estado de nerviosismo y horror.

-Gatito, gatito, gatito…

Ella mejor, que nadie, sabía que el animal no vendría, pues había formado parte de su juego macabro. No quería imaginar lo que se le estaría pasando por la cabeza para hacer conmigo. Rogué por ser atravesado por un simple puñal, antes que ser objeto de su poder.

Volvió a reír. Su sonrisa, hermosa y terrorífica al mismo tiempo, me provocó un intenso escalofrío que recorrió mi espina dorsal. Comencé a temblar y a tomar conciencia de lo que tenía en mi presencia.

Me hallaba ante una de las caras y disfraces del Demonio. Simbolizaba el diablo con cara de ángel, el lobo con piel de cordero, la maldad escondida en la inocencia.

-Gatito, gatito, gatito…-continúa por siempre, mientras su risa se alterna al compás de mi respiración entrecortada.

Penuria de calor corporal

Me hubiera gustado que fuera diferente. Hubiera querido que vieras mis caderas danzar al ritmo de un tango calenturiento. Que la débil luz de las velas iluminasen discretamente tu rostro para poder observar tu gesto de incontenible deseo. Te hubiera atraído con un insinuante “ven” a través de mis labios y habrías venido a mí sin dudarlo.

Tus manos despeinando mi cabello suelto y viajando por mis suaves formas femeninas. Esas manos habrían sido las responsables de que mi ropa quisiera escapar de mi cuerpo y de que mi temperatura corporal se elevara unos cuantos grados superiores. Tu boca habría sido una jaula para mi lengua y mis dientes atacantes de tus labios. Nos hubiéramos fundido en un abrazo eterno.

Todo hubiera sido…perfecto.

Pero no. Al parecer hoy no tocaba eso. Hoy la sensualidad ha sido sustituida por la indiferencia y la pasión por la torpeza. El tango se ha convertido en un bobo coro sin vida y tu mirada se ha mostrado desesperada por la falta de excitación en tus entrañas y miembro viril. Y te has sentido culpable, ridículo.

Tranquilo, no te culpo. Sólo que yo creía que el calor no iba a desaparecer nunca entre nosotros. Pero ya se ve que las penurias de cualquier sensación siempre están al acecho. Y, como otras muchas veces, me quedo fría. Intentando no darle la importancia que tiene y alejándome de tu chismorreo de macho estilo “la próxima vez será”, estrategia inútil de intentar consolarte a ti mismo. No puedo evitar sentir la profunda depresión de amante insatisfecha, ni quiero pensar en que quizás lo bueno se ha acabado para siempre.

La última opción sería intentar contentarme con mis propias manos y mis propias fantasías e ilusiones. Pero no bastaría. Ello no puede compararse en ningún aspecto a hacerlo contigo. Todo se torna en un ambiente demasiado raro, demasiado solitario para un ser falto de cariño.

Me siento congelada. Absolutamente gélida.

martes, 2 de febrero de 2010

Muñeca rota

Tengo miedo. Miedo a que el ritual se repita. Miedo a atreverme recordarlo. A que la luz se apague sin previo aviso, a que me tiemblen las piernas, se doblen contra mi voluntad y caiga de rodillas al suelo por pura flaqueza.

Miedo a los movimientos bruscos, a que me toques aunque sólo sea acariciarme con tu mirada. Miedo a pestañear y que te moleste.

Mi rostro, antes de conocer el tuyo, era luminoso. Ahora tengo que hacer tremendos esfuerzos para que no se me caiga a pedazos. Mis brazos, mis piernas, todo mi cuerpo antes era de un simple color carne. Ahora en gran parte predominan los tonos amoratados y granates, dependiendo del lugar.

Antes era guapa y me gustaba maquillarme. Pero actualmente prefieres que vaya al estilo momia que tanto te gusta y yo no intento que cambies de idea.

También has querido que me sienta sucia, estúpida, inútil, que piense que todo lo que toco se estropea y que nadie, salvo tú, me aceptará nunca.

Mi nombre de nacimiento lo olvidé hace tiempo. Ahora me llamo puta.

Has considerado que no me es necesario salir del hogar y que seas tú el que disfrute por los dos yéndote a los bares a beber hasta hartarte.

Soy el saco de boxeo preferido del señor de la casa. Todas las noches la misma historia.

Y tengo miedo.

A que vuelvas borracho, apestando a ginebra y whisky. A que te pegues a mí como una lapa e intentas subirme la falda y rasgarme la blusa contra mi voluntad y no tener más remedio que oponerte resistencia. A que en un segundo pases de meloso a bestia furibunda. Que me chilles en el oído y me revientes los tímpanos de un solo grito, que trate de huir y me agarres con tus zarpas. A que tus puños de acero golpeen contra mi cara y los tonos granates de mi piel se hagan más intensos. Que mis huesos den con la madera del suelo y que el frenesí provocado por el alcohol pueda más contigo que la poca conciencia que te queda. Que una lluvia de patadas caigan sobre mi estómago mientras me nombras por mi actual nombre. Que me dejes tirada en el suelo, inconsciente y te largues a dormir.

Todo eso, yo temo.

Pero poco a poco ese miedo se irá transformando, inevitablemente en silenciosa resignación. Y llegará un día en que no haré nada para evitar que acabes destrozándome de forma definitiva. Podrás colgarme de los pulgares y dejarme en suspensión todo el tiempo que sacie tu orgullo varonil, pues no me quejaré ni una sola vez. No hablaré ni te daré más motivos para odiarme. Responderé a tus deseos como una autómata sin que oigas ni un rechistar de mis abultados labios.

Me comportaré como lo que soy para ti. Una muñeca. Desgastada debido al uso que haces de ella para tu desahogo y disfrute personal. Con su sonrisa a medio coser y con botones por ojos. Una muñeca rota.

Seré lo que quieras que sea. No me importará que me consideres inferior a tu persona y que descargues tus arrebatos instintivos contra mí.

Porque, cielo mío, amarte me duele, en todas sus formas.
Pero si, por lo menos, tengo la seguridad de que te importo y me consideres como objeto imprescindible en tu vida, me bastará para seguir soportando tu apasionado “amor”.

Reina de corazones

La elegancia y el buen gusto te caracterizan. Nadie te supera en eso. Siempre perfectamente maquillada, vistiendo con las tendencias que se llevan, portando siempre tu famosa vara con un corazón rojo en la punta…y siempre tan imposiblemente bella…Eres la que todos admiran y respetan sin ningún tipo de discusión. Eres una reina. En todos los sentidos.

Pero ¡ay! la crueldad y la altanería también forman parte de tu actitud. Recta como una “i” y mirando a tu gente como viles cucarachas. Eres testadura por naturaleza y quien te lleve la contraria en cualquier discusión se las tendrá que ver con tu frase más célebre (“¡Qué le corten la cabeza!”) y con sus temidas consecuencias. Nunca deleitas con una sonrisa verdadera.

Sí, mi reina, eres cruel.

Pero yo, a pesar de todo, sigo idolatrándote.
Porque en el fondo sé que tu comportamiento de tirana irascible tiene sus motivos y razones. Te sientes humillada por un rey que te utiliza para su beneficio y que no te respeta ni te da muestra alguna de que le importas. Tu ferocidad es debida a que siendo tú, reina de corazones, te partieran el tuyo propio sin ningún miramiento. Y también sé que debido a esto y a tu terrible frustración y odio hacia el mundo tu corazón está rodeado por una gruesa capa de hielo y suciedad.

Pero todo hielo se puede derretir y toda suciedad se puede limpiar. Y yo sé que en el fondo eres de una pureza que daña el alma.

Así que, reina mía, simplemente te pediría que te dieras cuenta de mi existencia y que acudieses a mí en caso de que lo necesitaras. Que dejes a un lado tu orgullo (que no tu amor propio) y te confiaras a mí. Que me cuentes tus penas y que, en caso de que lo necesitaras, tus reales y delicadas lágrimas caigan sobre mi hombro.

Quién sabe. Puede que algún día vuelvas a brillar como antes, y a sonreír con verdadero gozo y deslumbrando hasta al mismísimo Sol.

Y te prometo, por mi sangre y vida, que te seré fiel hasta mi muerte. Aun si me amenazas con tu frase final de sentencia.

Porque, por mucho que me aborrezcas por mi sola existencia y aunque al final no me aceptes ni como confidente ni amiga, estaré siempre contigo.
Porque eres mi reina, la única, mi creadora y tu sola presencia hace que mi corazón de papel tiemble. Porque te amo, reina de corazones. Reina de mi cuerpo y espíritu por siempre.

De parte de una de las miles de cartas que forman parte de tu baraja, que te adoran y que morirían por ti.