El día ha muerto, la noche ha llegado. Es nuestro momento.
Alcemos las cabezas adorando a la diosa Luna. Rindámosle homenaje a su elegante figura. La tierra palpita bajo nuestros pies y nuestros corazones se llenan del gozo que se expande por doquier.
Somos sombras a los ojos del pueblo, somos vapor en el aire condensado por una lúdica camadería. Nuestra fe es nuestra armadura y la espada, nuestra valía.
Vamos, compañero fiel. Retemos a ese temido contrincante llamado mundo.
Demostrémosle que todavía queda esperanza en él. Que la libertad puede ser posible, que el amor no se ha extinguido, que todo ello se encuentra oculto por oscuras tinieblas y confusos caminos.
Lucharíamos contra todo lo que infunda injusticia, por ajena que sea a nuestra humilde persona. Derramaríamos sangre, sudor y lágrimas pero con gratificante recompensa en la posteridad de nuestra historia.
Y no temas, mi amigo, pues mis palabras serán el escudo contra los males que se avecinan sobre nosotros. Si permanecemos unidos y no abandonamos, la oscuridad acabará por volver al lugar de donde escapó para no volver jamás. La luz volverá a asomar entre los árboles y el viento correrá libremente por las colinas interminables.
Seríamos fuego abrasador, cabalgando por los cielos de Cydonia. Romperíamos la barrera del desencantado sonido. Seríamos los liberadores de la opresión de los poderosos.
Seríamos no. Seremos leyenda.
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