miércoles, 3 de febrero de 2010

Inocente maldad

-Gatito, gatito, gatito…

La pequeña niña sentada en su silla de madera llamaba así. Los cabellos negros como el ébano caían suavemente sobre los hombros y un fino gorrito le cubría los ojos. Su gracioso vestido de algodón se desparramaba por el asiento y los zapatos de charol oscurecidos reflejaban la débil luz de la sala.

Dirigía su mirada cubierta hacia el suelo. Si no fuera porque hablaba se la podría haber confundido con una marioneta a tamaño real. Y es que parecía tan frágil, tan desvalida…Sus manitas, delicadas y lechosas, y su ligero encogimiento corporal transmitían tal sensación de protección hacia ella que uno sentía la necesidad de abrazarla tiernamente.

De repente, la llamada al gato se detuvo y se hizo el silencio en su voz cristalina. Observé cómo su bonito rostro salpicado de pecas parecía palidecer aún más, y su diminuta boca de labios rojos se torcía hasta originar una atrayente y enigmática sonrisa. De ésta emergió la angelical y armoniosa risa infantil.

Pero, sin conocer el motivo de ello, en lugar de sentir bienestar al oírla me provocó cierta sensación de inquietud. Entonces su canto de la alegría se congeló, volviendo a reinar la ausencia de sonido. Así fue como comenzó a elevar la cabeza mientras se quitaba lentamente el gorro, con clara intención de desvelar el secreto de sus ojos. Cuando volvió la cara en mi dirección, su mirada recayó sobre mí a la velocidad de un relámpago. Una mirada de ángel endemoniado.

No pude contener un alarido de terror que surgió desde lo más profundo de mi alma. En lo ojos opacos de esa niña se hallaba lo más similar a la maldad personificada. Me había enviado, a través de su contacto ocular, imágenes y acontecimientos horribles que ahora llenaban mi mente. Muchos de ellos recuerdos de aquella criatura llevando a cabo las acciones más abominables que un ser humano puede imaginar.

Quise apartarme de aquella blasfemia, de su mirada maldita y sin fondo, de su falsa apariencia que pretendía simbolizar pureza e ingenuidad. Por otro lado, sólo deseaba cogerla y estamparla contra la pared o el suelo con violencia, y con la esperanza de que se hiciera pedazos. Pero mi miedo a tocarla era superior a todas mis fuerzas y ganas por deshacerme de ella.

Entré en un estado de histeria, que seguidamente llevó a la locura transitoria, y de ella pasé a agredirme físicamente arañándome el rostro y mesándome los cabellos. Delirando, caí al suelo, encogido, sintiéndome miserable y susurrándome a mí mismo sinsentidos.

Mientras que ella, que ya no me miraba, no se inmutó lo más mínimo. Continuó con su posición relajada e inmóvil, ignorando mi estado de nerviosismo y horror.

-Gatito, gatito, gatito…

Ella mejor, que nadie, sabía que el animal no vendría, pues había formado parte de su juego macabro. No quería imaginar lo que se le estaría pasando por la cabeza para hacer conmigo. Rogué por ser atravesado por un simple puñal, antes que ser objeto de su poder.

Volvió a reír. Su sonrisa, hermosa y terrorífica al mismo tiempo, me provocó un intenso escalofrío que recorrió mi espina dorsal. Comencé a temblar y a tomar conciencia de lo que tenía en mi presencia.

Me hallaba ante una de las caras y disfraces del Demonio. Simbolizaba el diablo con cara de ángel, el lobo con piel de cordero, la maldad escondida en la inocencia.

-Gatito, gatito, gatito…-continúa por siempre, mientras su risa se alterna al compás de mi respiración entrecortada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario