martes, 16 de febrero de 2010

Paranoia con sabor escarlata

La sórdida presencia de la conciencia provoca que mi alma sufra temblor y desequilibrio en el espacio vacío. Como pétalos de jazmín marchitos, van cayendo y descomponiéndose fragmentos de ella, quedándose blandos, inútiles, para después volverse ennegrecidas cenizas y desaparecer de forma instantánea.

El infrasonido de una melodía perdida excita a mis oídos quejosos, suplicantes de vibraciones sonoras ausentes e inconcebibles. Detúvose mi pulso cardíaco que se libera escarlata por la desértica y pálida piel de mis muñecas. Zonas de mi anatomía piden prestado el color de la rosa clásica para manifestarse. Y plateadas quedan mis mejillas por la sequedad del llanto de antaño y solitario.

Suplico desesperada por poder verme eclipsada por la sombra de la gran silueta negra y cadavérica. Que mis ojos tengan el honor de arder en llamas al pasar delante de su rostro oculto. Que mis tímpanos estallen gustosos al percibir el silbido de su oscuro manto ondear en la penumbra.

Quiero seguridad de que podrá llevarme con ella, que me librará de esta pesarosa respiración que ansía finalizar con un sutil suspiro y de que no dejará rastro de acontecimientos y memoriales en las esquinas de mis recuerdos. Quiero desechar esta paranoia atroz que me engloba porque ya no puedo contener por más tiempo mis deseos de reconciliarme conmigo misma.

Y es que mi existencia no me soporta. Yo reniego de ella, ella reniega de mí.
Por tanto te la entrego a ti, amiga y futura compañera de andanzas. Que la crudeza de tus manos me transporte hasta tu más recóndito paraíso.

Te regalo mi vida, mi querida Muerte.

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