jueves, 4 de febrero de 2010

Música sorda

Con un suspiro de inicio y una inclinación de cabeza comienza la maravilla. Una melodía cautivadora. Cuerpo fundido en madera, probablemente, de cerezo. El arco se desliza sobre el puente y provoca el desprendimiento de la resina de las cerdas. Los finos dedos abrazan el mástil y acarician las cuerdas.

Cada nota que produce es un paso más a elevarme al paraíso terrenal. Los silencios son instantes en los que me hace obligarme a mí misma a aguantar la respiración hasta que vuelva a sonar. Y su cara, la viva imagen de la emoción, en shock por su propio arte. Lo disfruta, le hace gozar, porque sabe que lo que ha creado, al menos para él, es infinitamente soberbio.

El tiempo y el espacio se han detenido para mí. Ahora sólo existe él, tocando, a una velocidad y con unos movimientos que son similares a que esté bailando con el instrumento. Con los ojos entrecerrados y los labios apretados, señal de un profundo arrobamiento. Sintiendo la música, su música.

Miro incrédula, a mi alrededor, sin terminar de creerme que nadie se percate de la actuación. Todos los individuos que se mueven de un lado a otro, cambiándose de acera o metiéndose en las puertas de los edificios para resguardarse del torrente de lluvia, no escuchan o aparentan no escucharla.

Una vez termina su obra oigo el eco de mis aplausos y el del agua estrellándose interminablemente. Se quita la gorra y en ella caen unas pocas monedas de mi bolsillo. Él me lo agradece con un gesto peculiar y ahí es cuando me percato de algo inesperado: no puede oír.

Lo ayudo a guardar el cello, que no podrá evitar que se estropee debido a la humedad del ambiente. Me sonríe. Yo le correspondo con una triste despedida.

Caminando por la acera mi odio hacia el mundo sigue en aumento.
Me siento decepcionada. No me extraña que todo lo que amamos se esté yendo a la mierda.

Nunca nos damos cuenta de las pequeñas pero imprescindibles cosas que nos rodean. Cuando lo sepamos será tarde. Casi nadie será capaz de escuchar al muchacho de la calle, que regala lo mejor que tiene y nadie lo reclama. Una pregunta que entraría en debate resuena en mi cabeza:

¿Quién es el más sordo en este circo de sociedad?

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