domingo, 21 de febrero de 2010

¿Quién eres tú?

Pregunto expectante al reflejo en el cristal. Este me devuelve una mirada vacía, opaca. Con expresión indiferente se retira parte del cabello, sucio y enmarañado, que cae por un lado de su rostro grisáceo.

Lo examino con la mirada. Observo su cuerpo, envejecido prematuramente. No me es necesario acudir a la imaginación para dibujar su esqueleto que se manifiesta sin pudor en sus formas angulosas y pronunciadas. Me detengo en sus manos, en las que los dedos han sido sustituidos por palillos de dientes y advierto la ausencia de uñas en cada uno de ellos.

La imagen vuelve a mirarme con su inánime actividad corporal. Entonces una sensación de desprecio incomprensible me recorre todo el cuerpo haciendo que el mirarlo se vuelva insoportable. No observo su piel enjuta que cae por todos sus lados, ni sus pómulos prominentes.

La horripilante chica del espejo, sin mediar palabra, ensancha la boca dibujando una sonrisa con fondo oscuro, de escasos y amarillentos dientes y enmohecidas encías. La repugnancia que transmite me provoca tal sentimiento de ira que estrello furiosamente mi mano contra él, deseando borrar con ese golpe la realidad tan insoportable que ha vuelto ha asaltar mi mente. Los cristales saltan en todas direcciones, queriendo escapar de esa situación de lucha personal. Por un momento retiro mi mirada de ella, respirando entrecortadamente.

Sigo el recorrido de la sangre corriendo por mi mano y muñeca. Dolorida, suspiro. Mi mirada vuelve ha chocar con un reflejo peor que el anterior. Los pocos y destrozados cristales que cuelgan indecisos en la pared forman un grotesco retrato descolocado. Una cara más deforme que la anterior.

La ansiedad comienza a llamar por enésima vez a mi cerebro, los dientes presionan brutalmente mi labio inferior hasta destrozarlo.

Entonces mi doble mueve los labios, sin que escape sonido alguno, pero entiendo perfectamente lo que me cuestiona:

-¿Quién eres tú?

Quedo en silencio largo rato, sin apartar mis ojos delirantes e inyectados en sangre de aquella pregunta. Ahora mi mirada se concentra en mí. Pero no dura mucho el examen ya que se perfectamente la respuesta.

Me dirijo hacia el retrete, levanto la tapa y agacho la cabeza. Al fondo de este el agua vuelve a reflejarme. Vuelve a mover los labios, esta vez me escucho.

-Una gorda. Una puta obesa.

Una lágrima quisiera escapar pero no quiere porque ya no existe. Cierro los ojos evitando mi propia mirada e introduzco lentamente los dedos índice y corazón en mi boca, buscando la campanilla de la deseada liberación acompañada del futuro desastre.

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