Me hubiera gustado que fuera diferente. Hubiera querido que vieras mis caderas danzar al ritmo de un tango calenturiento. Que la débil luz de las velas iluminasen discretamente tu rostro para poder observar tu gesto de incontenible deseo. Te hubiera atraído con un insinuante “ven” a través de mis labios y habrías venido a mí sin dudarlo.
Tus manos despeinando mi cabello suelto y viajando por mis suaves formas femeninas. Esas manos habrían sido las responsables de que mi ropa quisiera escapar de mi cuerpo y de que mi temperatura corporal se elevara unos cuantos grados superiores. Tu boca habría sido una jaula para mi lengua y mis dientes atacantes de tus labios. Nos hubiéramos fundido en un abrazo eterno.
Todo hubiera sido…perfecto.
Pero no. Al parecer hoy no tocaba eso. Hoy la sensualidad ha sido sustituida por la indiferencia y la pasión por la torpeza. El tango se ha convertido en un bobo coro sin vida y tu mirada se ha mostrado desesperada por la falta de excitación en tus entrañas y miembro viril. Y te has sentido culpable, ridículo.
Tranquilo, no te culpo. Sólo que yo creía que el calor no iba a desaparecer nunca entre nosotros. Pero ya se ve que las penurias de cualquier sensación siempre están al acecho. Y, como otras muchas veces, me quedo fría. Intentando no darle la importancia que tiene y alejándome de tu chismorreo de macho estilo “la próxima vez será”, estrategia inútil de intentar consolarte a ti mismo. No puedo evitar sentir la profunda depresión de amante insatisfecha, ni quiero pensar en que quizás lo bueno se ha acabado para siempre.
La última opción sería intentar contentarme con mis propias manos y mis propias fantasías e ilusiones. Pero no bastaría. Ello no puede compararse en ningún aspecto a hacerlo contigo. Todo se torna en un ambiente demasiado raro, demasiado solitario para un ser falto de cariño.
Me siento congelada. Absolutamente gélida.
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