He cerrado, no sin esfuerzo, los conductos de escape de mi cariño, obligándome a percibir el hedor del desprecio en mi olfato estimulado. Las manos están cerradas a cualquier sentimiento mutuo. Esto es lo que has provocado. Deseo para ti, una lenta y amarga agonía para así comprobar que estamos en paz el uno con el otro. No volver a sentirte ni a crearme falsas expectativas. Luces mucho mejor sin alguien siguiéndote en la retaguardia, porque ya no pareces tan poderoso a los ojos de los espectadores. De tu dulce y adictiva palabrería he escapado y ahora solo volvería a contactar con ella para saber adonde escondiste mis bragas la última noche entre un mar de sábanas blancas.
La fructífera tela de relación que tejí con sudor y lágrimas se rasgó por tu pobre entrega al mantenimiento de sus hilos compuestos de detalles insignificantes para ti, y dejó al descubierto una repugnante mentira.
No noté, tonta de mí, como una venda de ensoñación me cubría la vista impidiéndome adivinar a lo que jugabas. Confié en que fueras el viento que me impulsara a el camino de la felicidad más absoluta y has resultado ser solamente una piedra que se coló en mi calzado.
Tampoco advertí que me preferías desgarrar la ropa a besarme en mis labios ardientes de amor, y a decirme obscenidades en lugar de traducir tus supuestos sentimientos en palabras para después traspasarlas a caricias llenas de ternura.
Creía que tu ruda actitud provenía de tu personalidad, tan especial para mí. No quise quitarte la máscara de una vez por todas hasta que llegaron las otras “únicas” para ti.
Lo he decidido, cariño, ya no te añoro.
Ahora, después de haberte divertido saciándote con los cuerpos ausentes, pretendes volver a encandilarme con tu ñoña poesía y tu encanto superficial. Temo decirte que pierdes el tiempo dando palos al agua, pues poseo la mejor inmunidad del mundo: mi desengaño.
No espero nada nuevo de tu persona, así que toma nota de todo ello en tu memoria decrépita, similar a la de un primate retrasado.
Aún así, antes de archivar esta agridulce etapa, dedicaré un instante a dibujar en mi cabeza la imagen más característica cuando éramos “nosotros”.
Nos encontramos en un baño mohoso y oscurecido. Tu me manoseas el trasero al mismo tiempo que entreabres tu boca que no para de híper ventilar debido a que no puedes reprimir el instinto que te domina. Yo, sin embargo, te rodeo el cuello con mis brazos amorosamente, mirándote con ojos adoradores. Pero tus ansias acaban obligándome a deshacer mi abrazo.
-Me pones-susurras apretando tu entrepierna contra la mía.
-Yo también te quiero.
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