Espesa niebla que inunda la visión de un recuerdo frágil. Ilimitada es la razón de los otros cuando sentencian ásperas y fugaces miradas a lo que ya no creo capaz de reconocer. No hay cura conocida para este supuesto mal que turba y encoge de frío mis huesos, haciéndome cada vez más diminuta, casi imposible de ver.
Todos los mares concentrados en mi lagrimal aguardan salir con fingido entusiasmo mientras algo en mi garganta se mueve y retuerce esperando provocar el desbordamiento de fúnebres círculos viciosos que hacen acopio de un esfuerzo inútil de separarse.
Todo en mí bombea sin cesar mientras segrego incontables y extrañas formas de mi fantasía que, al ser rozadas por la débil luz de la tierra maldita, comienzan a pudrirse.
Hay demasiada presión, presión, PRESIÓN. La cabeza gira como un descontrolado tiovivo, la vista se me nubla llenando mi campo de colores imposibles. y la respiración escapa volando y se pierde en la aurora mi conciencia única.
En mi interior, un mundo extravagante y caótico se debate entre su destrucción definitiva o su continua locura. Por fuera, no es más que una huraña y solitaria muchacha envuelta en pensamientos incomprensibles y de díscolo comportamiento a la que pretenden enderezar con gigantes mazos de realidades desencantadas.
Desconocen que ello la esté convirtiendo en alguien que se debe decantar en palpitar con el corazón o funcionar con la cabeza y renunciar a su alma natural para siempre.
He aquí la gran lucha desde tiempos inmemorables entre dos mundos igual de universales: el mío y el del resto. La única y segura norma que existe es que finalmente uno de ellos perecerá bajo las garras de otro.
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