La danza del caprichoso viento se colaba por la ventanilla y azotaba mis cabellos llevándolos de un lado a otro. El destartalado automóvil sin techo para burlar al sol, sobrevolaba un camino mal asfaltado en el que las barreras de seguridad eran el único adorno del paisaje. De vez en cuando venía alguna que otra curva pero no lo suficientemente extrema como para salirme de la carretera. Un monótono día como otro cualquiera.
Mi humor se encontraba bajo tierra, en la acostumbrada fosa de la rutina. Sólo el ruido de un viejo motor me provocaba un ligero bienestar. Era difícil ignorar el intenso olor a gasolina y humo. En el fondo de mi conciencia soñaba con que algo se torciera, que ese tanque de combustible se calentara. Que algo, aunque fuera insignificante, perturbara su mecanismo.
A lo lejos la divisé. La curva que tanta veces había pasado y que siempre me había dado la sensación de que si seguía en línea recta me vería besando el quitamiedos antes de que me decapitara.
Algo detrás del vehículo crujió. Miré hacia atrás y divisé la larga línea de combustible que se escapaba por algún orificio de la máquina móvil. "Joder"-pensé-"Esta mierda de coche no es ni de cuarta mano".
Encendí un cigarro y le dí un par de caladas reconfortantes con el objetivo de contener la rabia que llevaba acumulada. Pensaba que el mundo estaba podrido, que no había nada de verdadera y digna admiración.
Bueno, no. No pensaba eso. Sí que había algo que realmente me deleitaba.
El fuego. Ese ser ardiente, casi imparable y que por donde pasaba no dejaba nada. Una materia incandescente que volvía negro todo lo que tocaba con sus caricias llameantes. No había cosa que más me fascinara.
A veces soñaba con poseer una cerilla. Sólo una. Con un movimiento seco sería suficiente. Me bastaría para terminar con todo. Contemplar un edificio, un campo, o lo que fuera, siendo devorado por un incendio devastador. Sería un show horrendo, sí, pero ilimitablemente magnífico.
Entonces algo surgió de mi interior. La curva, el escape de gasolina, el cigarro... Parecía como si todo aquello se hubiera juntado en el mismo día y momento exacto para hacerme posible la acción que llevaba tanto tiempo esperando. Sonreí extasiada. Estaba claro. Que ameno se me iba a hacer el viaje.
Acto seguido dejé el volante y tiré la colilla encendida con la mayor puntería que me permitía el lugar donde me hallaba. Acerté de lleno. Cayó sobre la amarillenta línea de nafta y todo surgió. La simple chispa de un pitillo había bastado para provocar ese maravilloso y letal espectáculo.
Finalmente alcanzó el tanque. Los grados de temperatura subieron con súbito pestañeo. Una milésima de segundo, justo cuando pasaba la curva, giré violentamente el volante.
EXPLOSIÓN
Atravesé los cristales reventándolos con la cabeza y sobrevolé por unos instantes el cielo. Con las pocas fuerzas que me quedaban volví levemente la cabeza en el aire. Una gran bola de fuego envolvía todo y subía hacia arriba extendiéndose en una magnífica espiral. Mi dios. Una hermosa sensación de júbilo me envolvió. Por desgracia, creo que mis tímpanos estallaron antes de tiempo y no pudieron deleitarse con su sonido devastador, pero no me importó demasiado.
Algo que pretendía ser una carcajada intento escapar de unos pulmones que ya no respiraban. No dio tiempo a una segunda oportunidad. Me encontré con el sabor del cemento en mi boca y mi vista nublada se tiñó de calor y sangre coagulada. Mi tumba era un traje de carne quemada y ennegrecida. Por fin.
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