El tiempo pasa y la vida parece que se limita a observarme. Nuevas personalidades y espacios que se almacenan en mi memoria, y que proyectan el cambio que obtendré de los mismos en el futuro, se antojan difuminados por mis dudas. Sin embargo, en el exterior, me mantengo inerte, serena, con la presentación de alguien seguro de sus propias decisiones y ambiciones.
Poco importa lo que opine de estas nuevas realidades, modificaciones que, a pesar de saber de su programada actuación desde hace tiempo, me han pillado completamente desprevenida. Aquí lo único que me mantiene relativamente estable es el deseo (o ruego) de salir adelante, de no verme en el fango de mis fracasos y decepciones, con el que tantas veces me he besado.
La incertidumbre en nosotros mismos para con todo, nos impone nuestro destino "a ciegas". Nos toca siempre lidiar con nuestras elecciones, aunque muchas veces no sepamos los motivos que nos llevan a estas. Y también sabemos (aunque queremos pensar que es una falacia impuesta por la negatividad) que el instinto de supervivencia en el mundo es mucho más fuerte que nuestra felicidad u orgullo.