viernes, 24 de septiembre de 2010

Diabolus



Penden de invisibles hilos de telaraña una psicosis sometida por el sonido mentolado de un violín. Sinuosa, se cuela por los rincones más inexplorados de mi válvula escarlata y mecánica. Toca fibras que creía muertas y que ahora tiemblan acongojadas.

Mis ojos, casi fuera de sus órbitas, se elevan a contemplar el instrumento del que sale esa bella y aterradora melodía. Me parece apreciar, a pesar de mi ya moribunda cordura, las estremecedoras y siniestras entonaciones de una risa infernal procedente del interior del violín que suena cada vez más desigual y agudo.
Tal es su timbre que mis oídos comienzan a zumbar doloridos y a la vez degustando maravillados por la idea lujuriosa que procesa.

El climax alcanza velocidades imposibles y mis rodillas besan el suelo. Tiemblo, dominada por un éxtasis endemoniado y, sin saber que siento exactamente, mi risa se une, débil y con énfasis de locura permanente, a la ya aludida.

Finalmente, me derrumbo. Dedico una última mirada enferma al producto de mi pesadilla de ensueño. Me fijo con intensidad en el detalle tallado en la voluta del instrumento.

Es la cabeza del demonio.

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