La sombra de una duda apabullante me tortura y persigue allá por donde piso. Se enrrosca en mi pecho y gargante haciendo que mi respiración sea irregular y frenética y mi corazón se alarme ante estos antinaturales estímulos.
Es la sombra de mi pensamiento,la que creía muerta, silenciosa en alguna esquina insignificante de mi mente cicatrizada.
Contra todo pronóstico, y traicionera como pocas, ha resurgido de entre las cenizas golpeando mi conciencia y siendo, más que nunca, poseedora de una salvaje agresividad. Desenterrándo esos momentos que sólo consideraba recuerdos pasados a los que acudir solamente en arranques de nostalgia, como fotografías carcomidas.
Vuelven imágenes a mis ojos que se encontraban en la última fila; revivo unas miradas inolvidables, palabras de amistad truncadas por la vida y risas y sonrisas que no puedo evitar oír. Porque todo aquello que revelo es algo viejo y débil, imposible de recuperar por el paso del tiempo y que cada vez me resulta más complicado volver a borrar.
Es la duda infinita. ¿Soy capaz de mirarla a la cara? No lo sé.
Porque la felicidad del pasado la deboró el reloj y tan solo me queda el polvo melancólico.
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