Me atrevo a admirarlos en la distancia lejana, pasando entre el viento gélido del hielo de tu mirada. Su color, inconfundible, juguetea con la luz de un sol que envejece blanquecino y moribundo.
El olor, sin embargo, se dedica a esconderse de mi ansias por apreciarlo, a través de tus movimientos de cabeza que eliminan todo atisbo de percepción olfativa.
Observo embobada como se entreabren lentamente, dos maravillas, dos suaves montañas en tu rostro, entre un abismo oscuro donde habita la bestia húmeda de mis más secretas fantasías.
Quiero su sabor en mis cabellos color leña y su aroma indescriptible en mis oídos extasiados de ilusión infantil. Los quiero saborear densamente, al igual que cuando se lame un helado derritiendose en tu lengua.
Entonces te vuelves, aproximándote a mi anatomía temblorosa. Como cumplidor de mis deseos, la curvatura de tu pareja escultural asciendo dando lugar a la sonrisa complacida. Aspiro a pocos centrímetros y cierro mis ojos sin creer aún en mi alegría. Un torbellino de varios aromas me endulzan los pómulos congelados de frío. Embriaga y vence, como un ejército implacable; un grupo unido que da lugar al sabor más deseado.
Sin esperar siquiera a volver a abrir mi mirada, tus labios se unen a los mios indignos. Confirmo con la mayor seguridad de mi alma que lo que ahora poseo es la perfección en mi boca.
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