sábado, 17 de abril de 2010

Tibieza en tu piel

Las sábanas blancas caen por los extremos indiferentes a mi respiración adormilada. Levita mi espíritu de plenitud extrema e inalcanzable. En la palidez de las luces de un amanecer próximo un dedo perdido roza tu piel, suave como las plumas del almohadón.

Tus poros se elevan ante el tacto de ese dedo descarado que recorre distraido una ruta desigual sin detenerse. El vello de punta acaricia la yema nívea; te encoges ligeramente y refunfuñas molesto ante mi juego. Río delicadamente marcando todos los tonos de mi voz cantarina. No lo veo pero sé que, sin quererlo, correspondes a esa risa pícara resignado y divertido a pesar del sueño que te domina.

Entrelazamos nuestras manos ahuecando algo inexistente pero cálido. Nuestros dedos se ajustan a la perfección, encajando y construyendo una fortaleza infranqueable. El sol empieza a asomar sus cabellos de rayos por una esquina, tímido. La tranquilidad que adorna la escena se ve truncada por una fuerte ráfaga de viento que estremece los cimientos de la cama con dosel.

Nuestras miradas se cruzan en un gesto de incomprensión. Desde algún punto de horror del espacio que nos rodea se emite un pitido similar al chillido de una voz humana , tan agudo que mis tímpanos no lo soportan. Me tapos los oídos, desesperada y clamando que cese. Repentinamente desaparece. Vuelvo a mirarte y mis ojos se agrandan de horror.

Observo el color de tu piel va tiñiéndose de un gris mortal y las cuencas de tu mirada se hunden y oscurecen. Tus labios se derriten bajando por la barbilla y goteándo hasta caer en la sábanas deshaciéndose. Tus cabellos se han vuelto polvo de nada y tu figura cada vez es más decrépita.
"No, no -expulsa mi voz temblorosa- aún es muy pronto. Sólo un poco más, un poco más..." Te abrazo desesperada y aullándo súplicas a la tormenta mientras tu silencio cobra vida.

Entonces noto el frío. Ausencia de tibieza en tus carnes que dejan al descubierto el desnudo de los queridos huesos. Inevitablemente tu traje óseo se completa. Me parece advertir una sombra en el cielo oscurecido por inesperados nubarrones. La silueta alada carga un bulto inmóvil. Acto seguido desaparece.

El sol renace despertando de un mal sueño e ilumina el cuarto. Me aferro a mi misma envuelta en sollozos inútiles. Las manos rodeando mis brazos sienten el calor. La sensación de vida. En ellos todavía aprecio la tibieza de tu piel de antaño. La tibieza de un espíritu robado.

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