domingo, 29 de agosto de 2010

Llanto blanco

La tierra cuando no llueve. Seca. Yo soy esa tierra.

Casi polvo de un fruto negado por un destino incomprensible. Viviendo en la inconsciencia de una respiración lastimosa e indefinida que surge de entre mis entrañas. Alaridos en las calles de risas infantiles y puras en armonía. Un llanto blanco se asoma tímido en mis tímpanos.

Los dedos esmirriados resbalan delicados por la circunferencia de mi ombligo. Por un solo instante parece que algo surge, que se revuelve, que se ahoga por respirar vida invisible...
Agudizo mis sentidos para poder captar ese espejismo, acunarlo entre mis senos y sentir su débil palpitar junto al mío moribundo.

Las risas no renacen de nuevo, se han marchado dejando que mis poros comiencen a descomponerse en putrefacción temporal. Sin embargo, el llanto continúa. Al principio sonaba agudo, fresco, se oían corren lágrimas rebosantes de vida y jolgorio.
Y ahora, se ha vuelto grave y espeso y no se adivina vida sino enfermedad pausada.

Descubro con desamparada decepción que no es una criatura no nata la que se intenta hacer oir sino una mujer, una mujer que comienza a morir internamente sin haber producido su objetivo más básico. Mis manos manosean mis mejillas y contemplo el agua, más cristalina de lo normal, resbalando por las líneas de las palmas.

Por un momento la tierra no se sienta yerma y quebradiza, sino húmeda con defectuoso y irremediable organismo.

Las lágrimas de mi criatura anhelada e imposible. Mi vida. Ya he llorado por los dos.

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