domingo, 1 de agosto de 2010

Ciudad de papel gris



Las cenizas acarician mis dedos desnudos escaldándolos. El viento seco las obliga a bailar de forma inconsciente y desigual. Intento observar, más allá de los rascacielos grisáceos y la cruda decoración urbana, un atisbo de color entre los nubarrones espesos.

El silencio de mi alrededor me hace recordar aquellos momentos en los que me encerraba en mi habitación a meditar o sentirme como si solamente mi vida era la que vibraba en este planeta. Ahora mi deseo se ha vuelto realidad. Una calma fantasmagórica lo domina todo, como cuando juegas a un videojuego de zombies y tan solo adviertes el silbido del aire contaminado colarse entre tus oídos.

Los pájaros se han ido, los coches se amontonan unos encima de otros para siempre fijos en aquella postura. Esto, una gran ciudad que en cualquier momento caerá aplastándolo todo incluída yo. Todo lo que veo parece tan débil, tan viejo, tan...muerto.

Clavo mis uñas en las palmas de mis manos blancas y tiemblo. Estoy sola. Nadie me espera ni me reclama. Tan sólo ansio que el viento aumente hasta que los edificios caigan estruendosamente y no quede más que polvo desechable. Busco en mis bolsillos y hallo un mechero con poco gas. Suspiro desesperanzada. Jamás hallaré suficiente gasolina como para poder ver arder este mundo. Un mundo de papel, tan vulnerable y fácil de destruir.

Enciendo el mechero y una pequeña llama anaranjada surge, diminuta. La observo con la ciudad de fondo. Sonrío resignada. Por lo menos ahora hay color.

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