martes, 18 de mayo de 2010

El bombín

Hoy pensaré en no pensar. Dejaré correr mis lagunas de memoria y de triturarme la materia gris para tratar de entenderte. Pedacitos de fotos crían polvo y telarañas en algún recóndito lugar de mi mundo, que podría decirse que es infinito. Y la carraca vieja que giraba ahora se me antoja oxidada.

Caigo en la colcha y miro al techo carcomido de termitas. Mis tirabuzones rubios se desparraman por todos lados y aun tumbada intento alisar inutilmente las arrugas de mi vestido de lolita con mis manos escocidas en soledad.

Giro mi cabeza y me topo con el bombín. Mi mirada se detiene en él. Te lo dejaste, pues te largaste sin demasiado amor por nada que estuviera en esta habitación. Ahora que lo veo me parece apreciar que destila cierto aire de suficiencia y egocentrísmo. Pues lo ha conseguido.
Me incorporo de un salto y lo sostengo en mis manos. Es mediano y está casi sin estrenar. Mansamente acabo por rendirme a su abismal atracción y me lo pruebo.

No me atrevo a reflejarme en el espejo, en el que apenas quedan cristales. Aspiro subiendo mi naricilla hasta tocar con la punta el borde del sombrero. Huele a ausencia demoledora. Siento colorear de manera imperdonable en mí los tonos de mi rostro. No se qué significa, ni si es amor ni si es rabia, ni si me quema o me hiela.

Aun así no lo tiro hacia las profundidades de la oscuridad de las esquinas tal y como hice con los recuerdos que renacen de forma inevitable y molestamente en estos instantes frescos. Paso mis dedos por su filo cortante.

Sin explicarme por qué, una veracidad que creía extinguida florece sin control en mis poros níveos. Siendo presa de una carcajada de bebe lanzo el bombím por encima de mi cabeza y finaliza su caída envuelto en el eco de un chispeante "¡Já!".

No, cariño. Hoy pensaré simplemente en vivir.

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