Deslicé mis dedos por su espalda dibujando la estrella de David. Sonreí. Dormía placidamente y se oía su respiración subir y bajar.
El viento golpeaba furiosamente las ventanas y observé que ese detalle hacía que la pequeña habitación apenas iluminada por una tenue lámpara adoptara un aire mucho más íntimo a mis ojos.
Me abracé a él con un largo suspiro. La paz me envolvía por dentro y se expandía hacia fuera a través de los poros de mi piel.
¿Nunca has sentido por un instante que te encuentras en el mejor lugar del mundo?
¿En el lugar al que perteneces?
Por fin lo había encontrado. Ahora lo entendía.
La pasión arrebatadora que sólo un amante puede sentir.
La seguridad de tenerlo a tu lado y saber que en ese momento es completamente tuyo.
La euforia al ver que esa persona te corresponde y responde a ello con total entrega.
Y la satisfacción del hecho de que nada va a perturbar ese instante tan deseado.
Sí, ahora lo tenía. Lo estaba viviendo: Me aferré a su espalda con más fuerza. Sentí cómo se despertaba. Le soplé suavemente en la nuca y jugué con su pelo.
Eso le provocó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Se rió silenciosamente.
-Cuéntame un cuento-Le susurro al oído.
-¿Cómo lo quieres?-Pregunta mientras se vuelve hacia a mí.
-Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.
Mientras tanto, afuera ha comenzado a llover. A lo lejos resuena un trueno. Hermoso preludio de tormenta para mis tiernos sentidos.
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