Mi sangre se unió a la suya. El Big Bang.
Las lágrimas corrieron hacia el suelo. El Apocalipsis.
Los dientes rechinan furiosos y las heridas de mi rostro me escuecen como si me estuvieran marcando con clavos al rojo vivo.
Duele. Duele mucho. No es un dolor sano pero, al menos, es pura naturaleza.
Se me enreda el cabello, los músculos de las articulaciones se contraen y se tensan hasta el límite. Mis ojos llamean contrastando con mi mirada felina.
Está sobre mí, hundiéndome en el barro. Lucho contra él, con ansia. Clavo mis garras en su piel que la perforan fácilmente, dibujando largas líneas rojas en su espalda y pecho. Rodamos por el suelo. La excitación y el dolor son tales que no puedo mantener los ojos abiertos y, sin poder aguantar más, me abandono. Todo se detiene de golpe.
Él queda de nuevo encima de mí. Levanta la cabeza y me mira. Enseña los colmillos y emerge de sus entrañas un estremecedor rugido animal. El sonido que simboliza que el acto sexual ha terminado.
Permanece un momento inmóvil, respirando fuertemente. Finalmente se levanta y, sin ni siquiera mirarme, se marcha.
Quedo tendida en el suelo, agotada. Cierro las piernas con dificultad y trago saliva.
Esta claro.-pienso para mí.
El cielo y la delicadeza corresponden a los ángeles.
Esto es la selva. Cruda y salvaje tierra de amantes.
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