Las sombras en el monte comienzan a caer a mi alrededor como lagrimas espesas de alquitrán. El frío me abraza con su aliento gélido y el cielo oscurecido comienza a llorar. Mi ropa empapada se adhiere a mi piel y mi maquillaje oscuro resbala por mi cara en la misma dirección que las gotas. Me suelto el recogido de mi pelo, ya casi deshecho, me descalzo y comienzo a correr.
Corro lo mas rápido que puedo, sintiéndome como si nada me retuviera y por fin fuera la propia dueña de mis pies. Los truenos resuenan muy cerca mía como si fuera a mi a quien gritaran. Llego hasta lo más alto de la montaña.
Me detengo ante el precipicio, desafiante. Abro mis brazos de par en par, cierro los ojos, elevo mi cabeza en dirección al cielo furioso y lastimado y grito. Grito con todas mis fuerzas, hasta desgarrarme la garganta, hasta quedarme sorda por mi propio sonido, hasta que me oiga el último ser viviente del planeta.
Ahora no hay nada ni nadie mas poderoso que yo en este momento, todo me pertenece, la única que marca las normas, sin leyes que me aten a nada. Ya no soy materia, me siento semejante a los propios truenos de la lluvia que iluminan mi rostro. Siento que formo parte del propio fenómeno de la naturaleza.
Soy energía. Soy vida. Puro éxtasis de la existencia. Soy libre. Estoy viva.
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